La maldad no necesariamente debe mostrar una imagen horrible, sino que puede manifestarse en cualquier imagen, incluso en los más atractivos objetos. Solo así el sujeto, empujado por su ambición estará destinando a crear su propio infierno. Esta es la historia de como unas joyas han logrado sobrevivir a lo largo de los siglos, sin embargo no se puede decir lo mismo de sus dueños que han perecido en extrañas circunstancias.
La leyenda inicia durante la época del virreinato en la capital de la Nueva España. La muerte de un joyero alertó a las autoridades, pero especialmente los dejó desconcertados. El hombre había sido asesinado de una manera brutal. Los vecinos referían a las autoridades haber escuchado los gritos del pobre anciano y unos pasos apresurados. Se conjeturó en un asalto, sobre todo porque descubrieron que a la víctima le faltaba unas preciadas joyas, se trataban de tres piezas de esmeralda. La gente de alrededor admiraban las magníficas piezas. El precio era un impedimento, muchos no podían pagar la cantidad. Un conde y un noble disputaban por la compra de las joyas, cada uno ofrecía un jugoso pago dejando en duda al joyero. Al fin se decidió, las exquisitas joyas serían para el Conde de Moreira, en cambio el Noble Don Gonzalo de Azcárraga no se quedaría con las manos vacías... él fue quien mandó a asesinar al joyero. Sin embargo a veces el destino puede jugar un papel de un juez severo, y no contaba con que los asesinos robaran las mismas joyas. Los ladrones y asesinos intentaron huir en barco, preparados para volver a España.
Transcurrió un día después del asesinato del joyero, cuando los gritos de la esposa del dueño de la posada alertó a los ciudadanos. En una habitación, ocupada por dos sujetos, apareció el cuerpo sin vida de uno de los huéspedes. La desaparición del segundo huésped fue motivo para esclarecer el crimen: el otro huésped sería el homicida.
Don Gonzalo de Azcárraga se enteró de la noticia, al principio no mostró interés pero cuando se enteró de la identidad de la víctima descubrió que se trataba de uno de los asesinos a sueldo que robaron las joyas. Supuso entonces que el cómplice habría traicionado a su compañero y huyó con el dinero y las joyas. Pareciera que el mismo infierno se proclamó sobre la tierra, ya que dos días después el noble español se enteró de la aparición de un cadáver en las cercanías del muelle. La suerte regresó a sus manos al descubrir que, en efecto, aquel cuerpo correspondía al segundo ladrón. Antes de que las autoridades retiraran el cuerpo, logró examinarlo y descubrió sus anheladas joyas. Al fin era de él, pero nunca prestó atención la misteriosa serie de muertes que se desataron por aquel invaluable tesoro.
Las joyas serían regalo para su esposa, que fue la primera persona que las descubrió en el negocio del joyero, hasta que se enfrentó al Conde de Moreira que competía con un mejor precio. Tenía planeado entregarlas como regalo de cumpleaños. Esas joyas debían ser para él, cueste lo que cueste. Sus ojos destellaban al igual que el brillo de las esmeraldas. Su atención despertaba con los extraños jeroglíficos que adornaban las joyas.
Una noche, el sueño fue arrebatado cuando por la repentina aparición de un hombre con traje de sacerdote prehispanico. Don Gonzalo se paralizó ante la inesperada visita que recibió en la noche. La aparición se limitó a hablar en un dialecto desconocido para él y señaló las joyas guardadas en un cofre. Don Gonzalo pensó que quizás quería las joyas, fue de inmediato hacia ellas. En cuanto se levantó, la aparición se había desvanecido.
Desconcertado por la manifestación, decidió consultar a un experto joyero sobre la simbología y éste quedó asombrado pero no solo por la belleza, sino que parecía reconocer esas joyas. Es entonces que el experto le compartió una increíble y a la vez aterradora historia de las joyas.
"Datan mucho antes de la caída de la Tenochtitlan, cuando se adoraba a los dioses preshispanicos. La Diosa Cihuacoatl era venerada con varias ofrendas, entre ellas tres joyas particulares. Los sacerdotes atribuían la buena suerte mientras permanecieran con la diosa. Pero con la llegada de los españoles, Hernán Córtes, tras derrotar Tenochtitlan y con ayuda de la Malinche, descubrió a la deidad de piedra que era venerada, al igual que las joyas. Un sacerdote, que custodiaba a la efigie, le advirtió que las joyas no deberían ser removidas de la ofrenda, ya que aquel que porte las joyas lo perseguirá la desgracia. Hernán Córtes hizo caso omiso y se apoderó de las joyas. No obstante se piensa que fueron precisamente las joyas las que hicieron que fracasara su misión en la Bahía de la Santa Cruz. Se deshizo de las joyas, y así han pasado por diferentes manos pero acabando en desgracia de los dueños. O la mala suerte los invade o alguna desgracia marca sus vidas. Es como la ira de los dioses prehispanicos se reflejara en aquellas joyas".
Cuando el experto concluyó la leyenda, Don Gonzalo se mostraba escéptico, no podía creer que aquellas joyas preciosas fueran las responsables de tantas muertes. Aún así las conservó.
Nuevamente las autoridades actuaron cuando se enteraron de una nueva desgracia: del palacio de Don Gonzalo salían enormes llamaradas. Los gritos del noble y de su esposa se consumaron al igual que los restos de la casa. ¿Quién inició el incendio? Aún no se sabe, como tampoco se conoce el paradero de las joyas. ¿Quién será el nuevo dueño? En especial, el nuevo dueño ¿sabrá lo que le depara?
Comentarios
Publicar un comentario