En lo que hoy se conoce como Calle de Villarigedo en el siglo XVI se llamaba Calle Nueva. Se alzaba el antiguo convento de San Diego, donde la orden de los franciscanos imperaban en este lugar. Debido a las inundaciones causadas por el lago, realizaron la labor de construir una canalización que desviara el agua a otro curso, logrando que varias calles consolidaran más espacio para los ciudadanos.
Sin embargo, un oscuro caserón abandonado se hallaba al final de la Calle Nueva, en completo estado derruido y la mayor parte de la estructura expuesta a la intemperie. Este lugar sería escenario de una misteriosa y escalofriante leyenda ubicada, precisamente, en aquella época. Sucedía que en la noche, del misterioso caserón se escuchaba el inquietante ruido de metal, similar a una armadura. Los vecinos preferían tratar de conciliar el sueño en lugar de averiguar. Pues el miedo no era sólo a fantasmas, pues aquel rumbo era un punto idóneo para los amantes de lo ajeno. La gente procuraba evitar la zona y los infortunados ignorantes pronto sabrían el significado del miedo. Pero entre los relatos de asalto había algunos que aseguraban haber sido asaltados por un sujeto con un traje de armadura de guerra, el traje parecía remontarse al siglo XV, estilo europeo. Amagaba con una larga y filosa espada a las víctimas.
Las denuncias aumentaron y especialmente de gravedad, pues entre las víctimas habían gente de la nobleza. Una de las víctimas, una acaudalada familia que paseaba en carruaje, fueron detenidos por el caballero armado.
Los caballos se inquietaron ante la presencia del villano, como si del diablo se tratará. El jefe de familia retó al asaltante a un duelo de espadas. El enfrentamiento culminó en una tragedia, el noble falleció al ser atravesado por el arma homicida del armado. Los demás integrantes no tuvieron más remedio que entregar sus pertenencias.
Esto fue la gota que derramó el vaso. Las autoridades de inmediato buscaron al responsable del crimen. Se introdujeron en el antiguo caserón sin hallar evidencia o pista alguna del armado. La casa derruida sólo contenía vestigios de telaraña y un sótano inundado debido a la laguna.
El capitán Mendoza coordinó a un grupo de soldados a custodiar a las afueras del Caserón, permanecer alerta ante la aparición del armado.
Fue a media noche cuando un estremecedor grito alertó a los guardias y acudieron al punto, pensando en el armado cuando descubrieron al responsable. Se trataba de uno de los soldados. Pálido como una hoja de papel, ojos desorbitados y rostro desencajado, el soldado refirió haber enfrentado, con espada, al armado que apareció de la nada. Pero al levantar el casco jura haber visto al mismo Satanás. Al decir esto cayó fulminado al suelo, víctima de un infarto.
Nuevamente el armado hizo de las suyas y no fue atrapado. Las autoridades optaron por buscar en otras propiedades al armado. Habían atrapado a inocentes, siendo sentenciados a la horca sólo por ser dueños de armaduras, que sin embargo no correspondía al del diabólico criminal.
Hasta que un día, dentro de una taberna, un ex capitán de apellido Guzmán escuchó los relatos del armado. En medio de un festín de alcohol, el hombre juró a los demás acabar con el armado. Sus habilidades en guerra le permitirían vencerlo.
Tomó nota de la ubicación donde aparecía y la hora. Apareció en la Casona y se introdujo a ella. Al igual que las autoridades, halló sólo escombro y telarañas. No obstante encontró arriba de una chimenea el escudo Real de la familia propietaria de la Casona. El emblema le resultó familiar, recordó que perteneció a los Leyva, una familia acaudalada que hizo su fortuna gracias al trabajo asociado con el de su propia familia. Se sabía que los Leyva derrochaban el dinero en apuestas y juegos de azar, provocando con esto una crisis económica. Con tal de no renunciara sus privilegios se entregaron los Leyva al crimen.
Justo en ese instante surgió el armado, solo que en lugar de enfrentarlo le hizo la invitación de seguirlo al sótano inundado. El ex capitán siguió los pasos del armado pero con precaución y pasos cautelosos, pues en su mente suspicaz acechaba la inquietante idea de alguna trampa.
Cuando descendieron al sótano, atravesaron las fetidas y fangosas aguas. Con ayuda de una antorcha encendida, el ex capitán Guzmán siguió al misterioso armado hasta llegar a una celda rodeada de lujos como monedas de oro y joyas.
El armado le entregó un cofre perteneciente a la familia Guzmán y explicó que ha estado esperando a un descendiente de los Guzmán para entregarle el cofre perteneciente a generaciones atrás de aquella familia.
Antes de recibir el secreto que contenía el cofre, Guzmán exigió al armado revelar su identidad. Amagó con su espada y obligó armado llevar a cabo tal acción. Pero pronto se arrepentiría al descubrir el rostro putrefacto de un cadáver.
Al no soportar tal visión, Guzmán huyó de la propiedad. Entre sus manos no soltaba el cofre. Balbuceaba su encuentro con el armado y ver su verdadero rostro.
Guzmán jamás se recuperó de ese encuentro. Terminó sus días en un convento como franciscano. No volvió a entablar palabra alguna con nadie.
El cofre contenía las joyas de la familia Guzmán, mismas que fueron donadas al convento.
El perturbador recuerdo del armado permaneció en su mente hasta el día de su muerte.
La Casona terminó por desaparecer con el paso del tiempo, mientras tanto la leyenda del armado continuó de boca en boca en los habitantes de la Nueva España hasta ser un relato que pocos conocen.
¿Qué maldición pesaba en la familia Leyva? ¿Quién era en realidad el armado? Son interrogantes que sólo usted, querido lector, le corresponde indagar...
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