En la ciudad de México, la Avenida Juárez era un lugar desolado hasta que en 1592, uno de los tantos virreyes de la Nueva España mandó a construir un escenario que sirviera como recreo para los capitalinos. Se trataba de una calle compuesta por nueve capillas y la calle finalizaba en el Centro de la Nueva España.
No obstante, durante el gobierno de Ignacio Comonfort se mandó a destruir las nueve capillas, construyendo una serie de calles de forma laberínticas, que se prestó para lugar de asaltos y fuga de criminales, por lo que el lugar se prestó para la propagación de leyendas. Un ejemplo de ello es la Calle de Dolores, conocida también como Calle de las Mujeres, ubicada entre los restaurantes cantoneses del Barrio Chino que nació en los años 60's.
De acuerdo a los archivos históricos del siglo XIX, a principios de aquel siglo el callejón era conocido como "Sal si puedes" que efectivamente no tiene salida. Se piensa que quizás por las características de este lugar se ganó el nombre, aunque se menciona que el lugar debe su nombre a una leyenda colonial, y es la que narraremos justamente.
Durante la época del Virreinato, la desconsolada Doña Inés de Olivares se sometió al deseo de su padre al tener que mudarse a la Nueva España. Allá en sus tierras natales dejó a un amor de nombre Don Gaspar de Astorga, un hombre considerado como un don nadie por el Señor Olivares, pero él prometió amarla hasta el final así sea que ella se alejara de él. La amaba con locura y desdén y solo se veían a escondidas entre los barrotes de las ventanas.
Cuando el barco aterrizó en el muelle y la pequeña familia Olivares se hospedó en una lujosa posada, ahí conoció a Don Melchor de Lazo, Capitán de Alabarderos de quien sintió una fuerte atracción. Olvidó sus penas y a su antiguo amor Don Gaspar de Astorga, que permaneció en tierras españolas con el corazón partido al ver a su amada irse de sus manos.
Una vez instalada en la Nueva España la pequeña familia Olivares, ellos ocupaban una antigua mansión elegante justamente cerca del mencionado callejón.
El señor Olivares estaba satisfecho de haber cumplido su cometido, su hija había olvidado a aquel hombre a quien consideraba un simple truhán, además ya alistaba los preparativos de la boda entre Doña Inés y el Capitán Don Melchor de Lazo, y así garantizar sus bienes económicos. Pero no contaba con que un día, los antiguos amantes habrían de encontrarse, como un oscuro destino que enlaza a aquellos que se amaban.
Doña Inés salía de misa cuando se encontró de cara al mismo Don Gaspar, pero ahora era un noble adinerado, nada que ver con aquel joven desdichado. Su corazón casi sufría un terrible vuelco cuando se halla al joven que amó en España. Pero su alma se resistía a entregarse de nuevo a sus brazos, a sus labios que proclamaban su nombre en medio del bullicio. A pesar de que Don Gaspar la reconocía, ella intentó ignorarlo. Hasta que la detuvo y reclamaba su amor, a lo que solo ella respondió: "Estoy comprometida". Soltó la mano de Doña Inés y la vio partir entre la gente.
No, no podía admitir que a la mujer que con tanto fervor manifestaba fuera a entregarse a manos de otro hombre. ¿Qué lugar quedaba él? La siguió hasta su casa, y cada noche salía en su búsqueda y la llamaba a gritos, aunque ella se negaba a responder. Con todo y su dolor, ella ya estaba comprometida con Don Melchor.
Llegó el momento en que la pasión que sentía por Doña Inés se había convertido en una obsesión que derivó en una tragedia y de la que se debe el nombre del famoso callejón. Doña Inés salía del rosario de la capilla del Corpus Cristi, y se disponía ir a su casa cuando sentía que alguien la seguía. Su más grande temor reflejó en la terrible sombra que proyectaba Don Gaspar que comenzó a perseguirla por el callejón. La joven intentó huir pero solo encontró un callejón sin salida, al tiempo que Don Gaspar extraía entre sus ropajes una fina daga toledeana y su fina punta terminó varias veces en el pecho de la joven, que antes de exhalar su último suspiro escuchó la frase de su asesino "¡Sal si puedes!" antes de que estallara en carcajadas. Los vecinos aledaños escucharon las risas y la temible frase mientras Doña Inés fallecía.
Después del fatídico acontecimiento, el Capitán Melchor casi enloquecía al saber que su amada había perecido, y jamás se atrapó al asesino.
Hubo noches, después en que el callejón era escenario de lamentos fantasmales. Los vecinos cerraban puertas y ventanas, ninguno se atrevía a salir, pues el fantasma de Doña Inés salía en medio de las sombras, arrastrando su vestido que no era mas que el vestigio de una fina tela.
Actualmente se derribaron algunos edificios y se conserva muy poca memoria de los callejones. A menos que por tu propia cuenta entres,cuando caiga el día, por el callejón Dolores y prestes atención a los lamentos y veas surgir a una dama con vestimenta colonial pidiendo ayuda.
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