El siguiente relato fue publicado en la revista Pulp Scorpio a manos del autor Martin D. Brown, autor desconocido pero que en su texto breve podemos contemplar que está muy ligado con los mitos de Cthulhu ya que el infame Necronomicón es mencionado. Un relato breve pero que deja un gran misterio en especial su final. Una vez más se nos habla de los Horrores de la Ciencia.
La Cabaña del Dr. Xander
por Martin D. Brown
—¿Aún
se lo ve?
—Sí
—susurré— y agáchate, imbécil. Anda despacio.
Era
cierto. El doctor Xander andaba muy despacio. No era viejo, pero
arrastraba los pies como si tuviera alguna deformidad... algo
oscuramente siniestro y nada apropiado.
—¿Se ha ido ya? —preguntó
de nuevo Parker.
—Sí.
—La figura encorvada había desaparecido por la curva del camino.
Parker
y yo nos pusimos derechos.
—Maldita
sea —dijo, cogiendo su cámara— tengo un calambre.
Yo
también lo tenía.
Tumbarse
en la hierba vigilando una casita en mitad de ninguna parte no era lo
que un reportero consideraba pasárselo bien. Pero una historia es
una historia, y el público debía tener sus sensaciones.
Y
es que, de repente, el pequeño pueblo de Elwood se convirtió en el
centro de la atención pública, tras descubrirse que sus habitantes
habían estado desapareciendo misteriosamente durante años. Era como
si hubiera una plaga progresiva y mortal. La gente desaparecía, y no
se volvía a saber de ellos.
Las
autoridades locales parecían impotentes, y mi periódico me había
enviado para investigar.
Mis
investigaciones se habían centrado finalmente en la figura encorvada
y misteriosa del doctor Xander. Causaba pavor en el pequeño pueblo,
pero nadie se atrevía a alzar su mano contra él. La gente
retrocedía cuando pasaba a su lado en sus infrecuentes visitas al
pueblo, y no se podía engatusar o sobornar a nadie para que se
acercara a su pequeña casa de campo al anochecer.
Parker
y yo no pudimos encontrar una razón concreta para este miedo; sólo
rumores imprecisos, susurros siniestros de rústicos sobre lo que no
podían comprender.
Así
que Parker y yo habíamos montado vigilancia cerca del lugar, y
esperamos a que la esquiva figura se fuera al pueblo. Y ahora, al
acercarnos a la casa, olimos —o más bien sentimos— algo extraño
en el aire.
—Esto
no me gusta —murmuró Parker.
A
mí tampoco me gustaba. Por algún motivo, alrededor del porche las
sombras parecían acercarse más de lo debido, y la vegetación era
demasiado exuberante y frondosa. Sentí un escalofrío mientras subía
cautelosamente los escalones y empujaba la puerta.
Estaba
entreabierta.
Por
lo visto el doctor Xander confiaba en que el miedo hacia su vivienda
mantuviera alejados a los curiosos.
Dentro,
el extraño hedor —era un hedor— era más fuerte. Miré a mi
alrededor, usando mi linterna, aunque fuera aún estábamos en pleno
día. La habitación estaba vacía, pero daba la impresión de haber
sido usada hacía poco.
Parecía
haber marcas borrosas de diagramas en el suelo y en las paredes, y
también surcos en un extremo de la habitación, como si se hubiera
quitado algún objeto pesado. El lugar me recordaba la sede de un
culto diabólico que había investigado unos años atrás, y con esto
en mente paseé la luz por la habitación, y advertí en un rincón
lo que parecía ser un cuenco de algún tipo.
Antes
de que pudiera investigarlo, hubo un ruido en algún lugar de la
casa.
La
pistola saltó a mi mano. No era el doctor regresando, ya que el
ruido venía de delante de nosotros, no de detrás. Pensando que tal
vez algunos de los aldeanos desaparecidos estuvieran prisioneros en
el viejo caserón, apreté el frío acero del arma y abrí la puerta.
La
habitación estaba vacía, y nos deslizamos a su interior. Parecía
ser un laboratorio o una sala de operaciones, con material químico y
mesas por todas partes. En el muro del fondo había otra puerta, de
la que procedían los ruidos.
Avancé
con grandes zancadas, tiré de los pesados cerrojos de la puerta, y
la abrí. Parker estaba justo detrás de mí. Lo que vimos, en el
breve instante antes de que cerrase la puerta de golpe y huyésemos
de la casa, casi nos roba nuestra cordura.
Nunca,
hasta el día que me muera, podré borrar la visión que nos recibió.
Y
es que la habitación estaba repleta de monstruos, pálidas
caricaturas del cuerpo humano. No puedo decir si eran humanos o
animales. Parecían ser grises, deformes y no tener pelo... y la
pestilencia que brotaba de la habitación era abrumadora. Lo peor de
todo era el ruido; un sonido húmedo y viscoso cuando los seres se
movían.
Corrimos
como alma que lleva el diablo al pueblo, avisamos a las autoridades,
y regresamos... para encontrar ardiendo la casa. Un testigo dijo
haber visto al doctor Xander entrar poco después de habernos
marchado.
La
casa estaba completamente destruida, aunque más tarde encontramos
bajo los cimientos restos de lo que parecían ser cuevas. Fueron
dinamitadas gracias a mi insistencia fanática, a pesar de aquellos
que querían explorarlas para buscar a los aldeanos desaparecidos.
—El
doctor Xander ha debido de estar operando a la gente secuestrada,
convirtiéndola en esos seres —dijo Parker, mientras el ruido de
los explosivos retumbaba en nuestros oídos. Yo negué con la cabeza.
—He
leído el Necronomicón —le dije—. Esos... seres... viven en
cuevas, y en túneles bajo los cementerios. Y se alimentan de...
bueno, no vamos a entrar en eso. Nunca creí que existieran. Pero ya
los viste. Probablemente hubiesen sacrificado a los aldeanos a sus
obscenos dioses.
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