La iglesia de
la plaza de Loreto se halla inclinada, como si la tierra devorara
poco a poco la edificación. Y es que debajo yacen los túneles que
conectaban con las otras iglesias y se usaban para celdas de la Santa
Inquisición. Los mezquinos, vagos y malandros acudían a desenterrar
tesoros en el siglo XVII, y la idea del desentierro fue a causa de
una sola responsable: La pastora, mujer de escasos recursos que se
dedicaba a lavar ajeno para salir adelante. Casada con un haragán
clavado en el vicio del vino.
Quién diría que esta mujer que no tenía el valor suficiente para dejar a su cónyuge, sería la protagonista de una singular leyenda relacionada con el fantasma de la plaza de Loreto. Y es que resulta, que al tocar las campanadas de la media noche, los pocos noctámbulos aseguraban que de las puertas de la iglesia de Loreto, se manifestaba una endiablada aparición. Describían la figura de un fraile encapuchado, recorría la plaza hasta llegar a una posada de la localidad donde se desvanecía. Nadie se resistía a las constantes apariciones, y lamentos, ganando el nombre del fantasma de la plaza de Loreto. Pocos se atrevían a transitar por la plaza al caer la noche, se temía la presencia de aquel fraile, cada noche aclamaba el nombre de Francisco Urzúa de Gálvez, y nadie se atrevía a dar respuesta. Hasta que una fría noche, la Pastora, una humilde mujer que se dedicaba a lavar la ropa, mientras mantenía los vicios de su cónyuge. El hombre ahogaba sus penas en vino y tornase violento al no tener la bebida, flagelando a la robusta mujer si no conseguía la bebida. Prácticamente la Pastora pagaba el vicio. Ella regresaba de entregar la ropa de un anciano desválido hospedado en la posada de la plazuela, cuando debía transitar por la plaza de Loreto. Fue testigo de cómo una figura encapuchada, con la mirada inclinada y las manos ocultas en las amplias mangas de una sotana de fraile, atravesó el portón de la vieja iglesia de Loreto. Pasó junto a la Pastora, y ésta sólo pudo responder a qué se debía sus constantes apariciones, pues estaba familiarizada con los relatos sobrenaturales del fantasma de Loreto.
Sin levantar la mirada, el Fraile espectral respondió que buscaba Francisco de Urzúa y Galvez, y sólo podía descansar si entrega una encomienda al caballero. La mujer recordó que precisamente el anciano al que entregó la ropa limpia, su nombre era Francisco de Urzúa. De inmediato acudió a la posada y buscó al huésped. El hombre postrado en la cama, débil y meditabundo, se cuestionaba el por qué aquella mujer lo buscaba tan ansiosamente. Ella explicó, cuidadosamente de no alterar al caballero, que un fraile lo buscaba y era preciso acudir a la cita con él.
Más que por un acto de buena voluntad, la Pastora ambicionaba una recompensa por ayudar a ambos. Así que ayudó al hombre a caminar gracias a su corpulenta masa y acostumbrada a los golpes de su marido. Cargó con el enfermo a la Plazuela, cerca de la iglesia de Loreto. Ahí, ambos atestiguaron la manifestación del enigmático fraile que evitaba mostrar su rostro. Anonadado, el caballero Francisco Urzúa de Gálvez exigió saber quién se trataba y por qué lo buscaba. Con cavernosa voz, el fraile respondió que tenía una enmienda y debía entregar algo que por herencia le pertenecía, sin embargo no pudo cumplir su misión y era preciso entregar su herencia cuánto antes. La Pastora, al escuchar que, efectivamente, había un tesoro de por medio, no dudó en ayudar al anciano y macilento anciano a caminar detrás del fraile. Ingresaron a la iglesia de Loreto y descendieron al sótano donde aguardaban los túneles usados por la Santa Inquisición. Atravesaron oscuras galeras y celdas con restos óseos, como evidencia del último aliento de los condenados.
Cerca de un sepulcro, la Pastora vislumbró un esqueleto violentado por la humedad y la intemperie, con vestigios de una sotana carcomida y envuelta por telarañas. En la mano sostenía un legajo con letra en tinta, costaba un poco de labor identificar el escrito a causa de las penumbras. La Pastora identificó que era el título de propiedad de una fortuna dirigida a Francisco Urzúa de Galvez. La ambición desmesurada de la lavandera, la obligó a exigir una parte de la fortuna al desvalido. Apenas iba a reclamar su “propina” cuando se percató que el caballero de longeva edad había fallecido entre sus brazos. El fantasma del Fraile había desaparecido en medio del silencio, quedando a merced de la fortuna a manos de la mujer.
Ella hizo su fortuna a base a la herencia de Francisco Urzúa de Galvez, adquirió una elegante mansión de la Nueva España. Esta propiedad era reconocida por ser escenario de fiestas desenfrenadas y excesos. Por fin pudo abandonar a su marido y encontrar amantes. A pesar de que físicamente era una mujer de aspecto poco agraciado, algunos nobles la frecuentaban pero sólo por interés en su fortuna. Aunque pareciera un final feliz, no terminó así.
Querido lector escéptico, no eres el único en dudar sobre esta esta leyenda, cómo quizás pensar en que la Pastora pudiese haber asesinado al caballero de Galvez y apropiarse de su fortuna. Puesto que esto mismo fue lo que pensaron las autoridades inquisidoras: aquella mujer era una homicida. Nadie le creyó que el hombre murió por la enfermedad que aquejaba, pues era demasiada coincidencia que ella estuviera en el lugar idóneo y momento propicio. Fue apresada y condenada a estar encerrada en un calabozo por el resto de su existencia, acusada de homicidio.
A raíz de la noticia del método en cómo descubrió la fortuna La Pastora, motivó a que varios rufianes, vagos y gente ambiciosa pero nada trabajadora, emprendieran la tarea de localizar el tesoro, provocando dañaran la infraestructura de la iglesia de Loreto. Las excavaciones se realizaban en las oscuras galeras. La frágil estructura no soportó la violencia ejercida provocando que la Iglesia de Loreto se hundiera uno de los ángulos, dando la impresión de que se hundiera. Las autoridades prohibieron cualquier excavación, querían eludir un derrumbe. Hasta la fecha actual, la iglesia de Loreto se halla inclinada, y aunque algunos representantes eclesiásticos recomiendan no dejan entrar más a los visitantes a causa de un posible derrumbe, a pesar de esto la Iglesia de Loreto es una de las iglesias más concurridas y de belleza atrayente.
Quién diría que esta mujer que no tenía el valor suficiente para dejar a su cónyuge, sería la protagonista de una singular leyenda relacionada con el fantasma de la plaza de Loreto. Y es que resulta, que al tocar las campanadas de la media noche, los pocos noctámbulos aseguraban que de las puertas de la iglesia de Loreto, se manifestaba una endiablada aparición. Describían la figura de un fraile encapuchado, recorría la plaza hasta llegar a una posada de la localidad donde se desvanecía. Nadie se resistía a las constantes apariciones, y lamentos, ganando el nombre del fantasma de la plaza de Loreto. Pocos se atrevían a transitar por la plaza al caer la noche, se temía la presencia de aquel fraile, cada noche aclamaba el nombre de Francisco Urzúa de Gálvez, y nadie se atrevía a dar respuesta. Hasta que una fría noche, la Pastora, una humilde mujer que se dedicaba a lavar la ropa, mientras mantenía los vicios de su cónyuge. El hombre ahogaba sus penas en vino y tornase violento al no tener la bebida, flagelando a la robusta mujer si no conseguía la bebida. Prácticamente la Pastora pagaba el vicio. Ella regresaba de entregar la ropa de un anciano desválido hospedado en la posada de la plazuela, cuando debía transitar por la plaza de Loreto. Fue testigo de cómo una figura encapuchada, con la mirada inclinada y las manos ocultas en las amplias mangas de una sotana de fraile, atravesó el portón de la vieja iglesia de Loreto. Pasó junto a la Pastora, y ésta sólo pudo responder a qué se debía sus constantes apariciones, pues estaba familiarizada con los relatos sobrenaturales del fantasma de Loreto.
Sin levantar la mirada, el Fraile espectral respondió que buscaba Francisco de Urzúa y Galvez, y sólo podía descansar si entrega una encomienda al caballero. La mujer recordó que precisamente el anciano al que entregó la ropa limpia, su nombre era Francisco de Urzúa. De inmediato acudió a la posada y buscó al huésped. El hombre postrado en la cama, débil y meditabundo, se cuestionaba el por qué aquella mujer lo buscaba tan ansiosamente. Ella explicó, cuidadosamente de no alterar al caballero, que un fraile lo buscaba y era preciso acudir a la cita con él.
Más que por un acto de buena voluntad, la Pastora ambicionaba una recompensa por ayudar a ambos. Así que ayudó al hombre a caminar gracias a su corpulenta masa y acostumbrada a los golpes de su marido. Cargó con el enfermo a la Plazuela, cerca de la iglesia de Loreto. Ahí, ambos atestiguaron la manifestación del enigmático fraile que evitaba mostrar su rostro. Anonadado, el caballero Francisco Urzúa de Gálvez exigió saber quién se trataba y por qué lo buscaba. Con cavernosa voz, el fraile respondió que tenía una enmienda y debía entregar algo que por herencia le pertenecía, sin embargo no pudo cumplir su misión y era preciso entregar su herencia cuánto antes. La Pastora, al escuchar que, efectivamente, había un tesoro de por medio, no dudó en ayudar al anciano y macilento anciano a caminar detrás del fraile. Ingresaron a la iglesia de Loreto y descendieron al sótano donde aguardaban los túneles usados por la Santa Inquisición. Atravesaron oscuras galeras y celdas con restos óseos, como evidencia del último aliento de los condenados.
Cerca de un sepulcro, la Pastora vislumbró un esqueleto violentado por la humedad y la intemperie, con vestigios de una sotana carcomida y envuelta por telarañas. En la mano sostenía un legajo con letra en tinta, costaba un poco de labor identificar el escrito a causa de las penumbras. La Pastora identificó que era el título de propiedad de una fortuna dirigida a Francisco Urzúa de Galvez. La ambición desmesurada de la lavandera, la obligó a exigir una parte de la fortuna al desvalido. Apenas iba a reclamar su “propina” cuando se percató que el caballero de longeva edad había fallecido entre sus brazos. El fantasma del Fraile había desaparecido en medio del silencio, quedando a merced de la fortuna a manos de la mujer.
Ella hizo su fortuna a base a la herencia de Francisco Urzúa de Galvez, adquirió una elegante mansión de la Nueva España. Esta propiedad era reconocida por ser escenario de fiestas desenfrenadas y excesos. Por fin pudo abandonar a su marido y encontrar amantes. A pesar de que físicamente era una mujer de aspecto poco agraciado, algunos nobles la frecuentaban pero sólo por interés en su fortuna. Aunque pareciera un final feliz, no terminó así.
Querido lector escéptico, no eres el único en dudar sobre esta esta leyenda, cómo quizás pensar en que la Pastora pudiese haber asesinado al caballero de Galvez y apropiarse de su fortuna. Puesto que esto mismo fue lo que pensaron las autoridades inquisidoras: aquella mujer era una homicida. Nadie le creyó que el hombre murió por la enfermedad que aquejaba, pues era demasiada coincidencia que ella estuviera en el lugar idóneo y momento propicio. Fue apresada y condenada a estar encerrada en un calabozo por el resto de su existencia, acusada de homicidio.
A raíz de la noticia del método en cómo descubrió la fortuna La Pastora, motivó a que varios rufianes, vagos y gente ambiciosa pero nada trabajadora, emprendieran la tarea de localizar el tesoro, provocando dañaran la infraestructura de la iglesia de Loreto. Las excavaciones se realizaban en las oscuras galeras. La frágil estructura no soportó la violencia ejercida provocando que la Iglesia de Loreto se hundiera uno de los ángulos, dando la impresión de que se hundiera. Las autoridades prohibieron cualquier excavación, querían eludir un derrumbe. Hasta la fecha actual, la iglesia de Loreto se halla inclinada, y aunque algunos representantes eclesiásticos recomiendan no dejan entrar más a los visitantes a causa de un posible derrumbe, a pesar de esto la Iglesia de Loreto es una de las iglesias más concurridas y de belleza atrayente.
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