Robert
A. W. Lowndes es el creador del siguiente relato que contiene
elementos de fantasía oscura y por supuesto se trata de un relato
que conforma el universo lovecraftniano, publicado en febrero de 1941
en la revista literaria "Stirring Science Stories". Lowndes
era un asiduo lector y fan del género literario Ciencia Ficción. Su
inclinación hacia el género del horror se lo debe al mismísimo
Lovecrat.
El
relato contribuye al universo construido por Lovecraft, ya que
encontramos un hilo conector que es el nefasto grimorio Necronomicón,
además de otro texto igual de siniestro esta vez creado por el mismo
Robert A. W. Lowndes: La Canción de Ysté.Un texto creado por una
raza más antigua de la humanidad y que nos advierte sobre los
peligros de seres que moran en otras dimensiones. La narrativa posee
las características comunes de los relatos de Lovecraft: un joven
estudiante con amplias habilidades intelectuales que su pasión por
el conocimiento lo conducirá al camino de ciencias prohibidas y
estas a criaturas malignas. Anhelar conocimientos antiguos y
prohibidos será el pilar de este Horror Cósmico, donde nos aguardan
seres ávidos de sangre humana
El Abismo (1941), Robert A.W. Lowndes
Sacamos
el cuerpo de Graf Norden envueltos por la noche de noviembre, bajo
las estrellas que resplandecían con un brillo tan terrible que
resultaba insoportable, y condujimos el auto enloquecidos,
frenéticamente, por la carretera que subía hacia lo alto de la
montaña. El cadáver debía ser destruido a causa de los ojos que no
querían cerrarse, sino que parecían mirar fijamente algún objeto
situado detrás del observador; el cadáver que había perdido toda
la sangre sin que presentara la más ligera traza de una herida; el
cadáver cuya carne estaba cubierta de marcas luminosas, de arabescos
que se desplazaban y cambiaban de forma ante nuestros ojos. Encajamos
el rígido cuerpo que había sido Graf Norden tras el volante,
pusimos una mecha en el tanque de gasolina, la encendimos y luego
empujamos el vehículo hasta el borde del camino, desde donde se
precipitó envuelto en llamas hacia la ruta principal: un meteorito
flamígero.
No
fue hasta el día siguiente que nos dimos cuenta de que todos
habíamos estado bajo el poder hipnótico de Dureen... hasta yo lo
había olvidado. De no ser así, ¿cómo hubiéramos podido actuar
tan alocadamente? A partir del instante en que se encendieron las
luces de nuevo, y vimos lo que, un momento antes, había sido Graf
Norden, fuimos como vagas, irreales figuras deambulando por un sueño.
Lo olvidamos todo salvo las mudas órdenes que nos fueron impartidas
mientras contemplábamos cómo el auto llameante se estrellaba contra
el asfalto inferior, mientras observábamos su destrucción, y luego
nos dirigíamos con paso incierto cada cual a su casa. Cuando, al día
siguiente, recobramos parcialmente la memoria y buscamos a Dureen,
éste había desaparecido. Y, como sea que apreciábamos nuestra
libertad, no contamos a nadie lo que había sucedido, ni tratamos de
averiguar hacia qué ignotos dominios se había esfumado Dureen. Sólo
deseábamos olvidar.
Pienso
que yo probablemente hubiera olvidado si no hubiese vuelto a echar
una ojeada a la Canción de Ysté. Los demás, con interés
creciente, han tendido a considerarlo como una ilusión, pero yo no
puedo. Una cosa es leer libros como el Necronomicón,
el Libro de Eibón o la Canción de Ysté, y otra muy distinta cuando
la propia experiencia nos confirma algunas de las cosas que en ellos
se relatan. Encontré uno de tales párrafos en la Canción de Ysté
y no seguí leyendo. El volumen, junto con los demás libros de
Norden, aún está en mi biblioteca; no lo he quemado. Pero no creo
que lo vuelva a leer jamás...
Conocí
a Graf Norden en 193..., en la universidad Darwich, en la clase de
historia medieval y del Renacimiento temprano del doctor Held, que
era más bien un estudio del pensamiento metafísico y el ocultismo.
Norden demostraba un gran interés; había realizado más de una
incursión en las ciencias ocultas; en especial, le fascinaban los
escritos y documentos de una familia de adeptos llamada Dirka, cuyo
linaje se remonta a los días de la era preglacial. Ellos, los Dirka,
vertieron la Canción de Ysté de su forma legendaria a las tres
grandes lenguas de las culturas primigenias, y luego al griego,
latín, árabe e inglés medio. Le dije a Norden que deploraba el
ciego desdén con que el mundo consideraba a las ciencias ocultas,
pero que nunca había investigado el tema en profundidad. Me
contentaba con ser un espectador, dejando que mi imaginación vagara
a voluntad por las principales corrientes de ese oscuro río;
deslizarme por la superficie era suficiente para mí... raras veces
realizaba una inmersión ocasional hacia las profundidades. Como
poeta y soñador, ponía buen cuidado en no perderme entre las
tinieblas de las pozas donde retozaba... uno siempre podía emerger
para encontrar un cielo azul y calmo y un mundo que no creía en esas
realidades.
En
el caso de Norden, era diferente. Él ya comenzaba a tener dudas,
según me comentó. Se trataba de un camino difícil de recorrer;
había peligros espantosos, ocultos a lo largo de todo el recorrido;
a menudo eso era tan cierto que el caminante no los descubría hasta
que ya era demasiado tarde. Los terráqueos no habían avanzado mucho
por la vía de la evolución; muy inexpertos aún, su falta de
conocimiento, como raza, constituía una poderosa valla contra los
pocos de sus congéneres que buscaban adentrarse por desconocidos
caminos. Norden hablaba de mensajeros del más allá y citaba oscuros
pasajes del Necronomicón y la Canción de Ysté. Se refería a seres
extraños, entidades terriblemente inhumanas, imposibles de
comprender de acuerdo con los cánones humanos o de ser combatidos de
manera efectiva por la humanidad.
Dureen
hizo su aparición en esa época. Un día entró en el aula durante
el curso de una conferencia; más tarde, el doctor Held nos lo
presentó como un nuevo miembro de la clase, procedente del
extranjero. Había algo en Dureen que despertó inmediatamente mi
interés. No logré determinar a qué raza o nacionalidad podía
pertenecer... era lo que podría decirse bello, cada uno de sus
movimientos poseía gracia y ritmo. Sin embargo, bajo ningún aspecto
podía considerarse afeminado. El hecho de que la mayoría de
nosotros le eludiera, no le perturbaba en absoluto. Por mi parte,
ello se debía a que no me parecía real, pero, en el caso de los
demás, probablemente se debiera a su carencia total de sentimiento.
Hubo una vez, por ejemplo, en que, estando en el laboratorio, le
estalló una probeta ante la cara, y varios fragmentos se le clavaron
en la piel. Él no dio la más leve muestra de dolor, rehusó todas
las expresiones de atención de parte de algunas jóvenes y procedió
a continuar con su experimento en cuanto el médico terminó de
atenderle.
El
acto final comenzó una tarde, cuando conversábamos acerca de la
sugestión y el hipnotismo, y discutíamos las posibilidades
prácticas de la materia. Colby presentó un argumento
extraordinariamente ingenioso en contra, consideró ridículo asociar
los experimentos en transmisión de pensamiento o telepatía con la
sugestión y llegó a la conclusión final de que el hipnotismo (al
margen de los medios mecánicos de inducción) era imposible. Fue al
llegar a este punto cuando Dureen intervino. Lo que él dijo, no
puedo recordarlo, pero todo concluyó con un desafío directo a
Dureen para que demostrara sus asertos. Norden permaneció callado
durante el curso de este debate; estaba más bien pálido y trataba,
según pude notar, de hacerle una señal de advertencia a Colby.
Esa
noche fuimos cinco los que nos reunimos en casa de Norden: Granville,
Chalmers, Colby, Norden y yo. Norden fumaba un cigarrillo tras otro,
se mordía las uñas y hablaba solo en voz baja. Sospeché que algo
anormal estaba sucediendo, pero de qué se trataba, no tenía la
menor idea. Luego llegó Dureen, y la conversación, si así puede
llamarse, cesó. Colby repitió su desafío, diciendo que había
convocado a los demás para asegurarse de que no se utilizarían
trucos de escenario. No se podían utilizar espejos, luces ni
cualquier otro tedio mecánico para provocar la hipnosis. Debía
basarse por completo en la fuerza de voluntad. Dureen asintió,
corrió la cortina, y luego, volviéndose, dirigió su mirada a
Colby.
Nosotros
le observábamos, esperando que hiciera algunos movimientos o pases
con sus manos y pronunciase alguna orden: él no hizo ni lo uno ni lo
otro. Fijó su mirada en Colby, y éste se puso rígido como si
hubiese sido fulminado por un rayo; acto seguido, con la mirada
perdida en el vacío ante él, se puso lentamente en pie,
permaneciendo en la angosta franja negra que corría en diagonal a
través del centro de la alfombra. Mi memoria regresó al día en que
había sorprendido a Norden en el acto de destruir unos papeles y
aparatos, éstos construidos, con toda la ayuda que pude brindarle,
en un lapso de varios meses. Sus ojos poseían una terrible
expresión, y no pude vislumbrar la sombra de una duda en ellos. Poco
tiempo después de este evento, Dureen había hecho su aparición: me
pregunté si ambos hechos podían tener alguna relación.
Salí
bruscamente de mi ensimismamiento al oír el sonido de la voz de
Dureen, al ordenarle a Colby que hablara, que nos dijese dónde se
hallaba y qué veía a su alrededor. Cuando Colby obedeció, fue como
si su voz nos llegase de una gran distancia. Se encontraba, dijo, en
un estrecho puente tendido sobre un pavoroso abismo, tan vasto y
profundo que él no podía distinguir el fondo ni sus límites.
Detrás de él este puente se extendía hasta perderse en una neblina
azulada; al frente, continuaba hasta lo que parecía una meseta.
Colby no se atrevía a moverse debido a la angostura de la senda,
pero comprendía que debía tratar de llegar a la planicie antes que
el vértigo que le causaban las profundidades que se abrían debajo
de él le hiciera perder el equilibrio. Experimentaba una extraña
pesadez, y hablar le demandaba un gran esfuerzo.
Al
enmudecer la voz de Colby, todos mirábamos fascinados la estrecha
franja negra en la alfombra azul. Aquello, pues, era el puente sobre
el abismo... pero ¿qué podía causar la ilusión de profundidad?
¿Por qué su voz parecía venir de tan lejos? ¿Por qué sentía
aquella pesadez? La planicie debía de ser la mesa de trabajo situada
en el otro extremo de la habitación: la alfombra llegaba hasta una
especie de tarima sobre la cual estaba colocada la mesa de Norden,
cuya superficie se levantaba a unos dos metros del suelo. Colby ahora
comenzó a caminar con lentitud por la franja negra, moviéndose con
extremo cuidado, al igual que una figura proyectada con cámara
lenta. Sus miembros parecían pesados; respiraba agitadamente.
Entonces
Dureen le ordenó que se detuviera y mirase al fondo del abismo con
precaución, y que nos contara lo que allí viese. En aquel momento,
nosotros examinábamos de nuevo la alfombra, como si jamás la
hubiésemos visto y no supiéramos que no presentaba motivo
decorativo alguno, salvo aquella única franja negra en la que ahora
Colby se encontraba de pie. Escuchamos de nuevo su voz. Dijo, al
principio, que nada veía en el abismo bajo sus pies. Luego se le
cortó la respiración, se tambaleó y casi perdió el equilibrio.
Vimos que el sudor le cubría la frente y el cuello, empapando su
camisa azul. Había cosas en el abismo, nos contó con roncos acentos
en la voz, grandes formas que eran como burbujas de absoluta negrura,
pero que estaba seguro de que tenían vida. De la masa central de su
ser, Colby veía surgir tentáculos fibrosos, increíblemente largos.
Se movían hacia delante y hacia atrás... en sentido horizontal,
pero, aparentemente, no podían desplazarse en dirección vertical.
Pero
las cosas no estaban todas en el mismo plano. Cierto era que sus
movimientos se producían sólo horizontalmente en relación con su
posición, pero algunas se encontraban en sentido paralelo a él y
algunas en diagonal. A lo lejos podía distinguir cosas en posición
perpendicular. Ahora parecía haber muchas más que las que él
suponía. Las primeras que había visto estaban muy lejos, en el
fondo, ajenas a su presencia. Pero éstas le percibían y estaban
tratando de alcanzarle. Ahora se movía más rápidamente, nos dijo,
pero para nosotros aún caminaba con lentitud. Miré de soslayo a
Norden; él también sudaba profusamente. Entonces se levantó y,
acercándose a Dureen, le habló en voz baja para que ninguno de
nosotros pudiera oírle. Comprendí que se refería a Colby y que
Dureen no quería acceder a lo que Norden le pedía. Luego me olvidé
momentáneamente de Dureen al escuchar de nuevo la voz de Colby, que
temblaba de espanto. Las cosas extendían sus tentáculos hacia él.
Se elevaban y caían por todas partes; algunas muy alejadas; otras
horriblemente cercanas. Ninguna había encontrado el plano exacto en
que él pudiera ser capturado; los ávidos tentáculos no le habían
tocado, pero aquellos seres ahora sentían su presencia, estaba
seguro de ello.
Y
temía que tal vez pudiesen alterar sus planos a voluntad, aunque
parecía que actuaban a ciegas, pues aparentemente eran seres
bidimensionales. Los tentáculos que se proyectaban hacia él eran
fibras totalmente negras. Una terrible sospecha se despertó en mí,
al recordar algunas de las primeras conversaciones con Norden, y
rememoré ciertos pasajes de la Canción de Ysté. Intenté
levantarme, pero mis miembros carecían de fuerza: sólo podía
permanecer irremediablemente sentado y mirar. Norden todavía seguía
hablando con Dureen, y vi que estaba muy pálido. Pareció
retirarse... luego se volvió y se dirigió a un armario, extrajo un
objeto y se acercó a la franja de la alfombra sobre la que Colby
estaba de pie. Norden hizo un movimiento de asentimiento a Dureen, y
entonces vi lo que tenía en la mano: era un poliedro de aspecto
cristalino. Poseía, sin embargo, un resplandor que me causó un
sobresalto.
Desesperadamente
traté de recordar la significación del objeto... pues yo sabía...
pero mis pensamientos eran interrumpidos, según parecía, por alguna
fuerza y, cuando Dureen posó su mirada en mí; hasta la misma
habitación pareció oscilar. Una vez más se hizo audible la voz de
Colby, esta vez preñada de desesperación. Temía no poder llegar
nunca a la planicie. (En rigor, se encontraba a un metro y medio
escaso del final de la franja negra y de la tarima sobre la cual
descansaba la mesa de trabajo de Norden.) Las cosas, decía Colby,
estaban más cerca ahora: una masa de tentáculos entretejidos
acababa de rozarle el cuerpo. Entonces nos llegó la voz de Norden;
también parecía provenir de muy lejos. Llamó mi nombre. Aquello
era algo más, dijo, que mero hipnotismo. Se trataba... pero entonces
su voz se debilitó y percibí el poder de Dureen ahogando el sonido
de sus palabras. De cuando en cuando, lograba distinguir una frase o
unas pocas palabras inconexas. Pero, de todo ello, pude colegir lo
que estaba sucediendo. Se trataba en realidad de un viaje
transdimensional. Nosotros sólo nos imaginábamos que veíamos a
Norden y a Colby de pie en la alfombra..., o quizás era mediante la
influencia de Dureen.
La
dimensión sin nombre era el hábitat de aquellos seres de sombra. El
abismo, y el puente sobre el cual se encontraban los dos, eran
ilusiones creadas por Dureen. Cuando lo que Dureen había planeado
hubiera concluido, nuestras mentes serían exploradas, y nuestros
recuerdos condicionados de tal manera que sólo rememoraríamos lo
que Dureen quisiera que recordáramos. Norden había conseguido
llegar a un acuerdo con Dureen, acuerdo que él debería respetar;
como consecuencia, si ambos llegaban a la planicie antes que les
tocaran aquellos seres, todo estaría en orden. Si no... Norden no
especificó qué sucedería, pero dio a entender que les perseguirían
al igual que el cazador persigue a su presa. El poliedro contenía un
elemento que repelía los extraños seres de sombra.
Norden
estaba a corta distancia detrás de Colby; nosotros podíamos verle
apuntando con el poliedro. Colby habló de nuevo, diciéndonos que
Norden se había materializado a sus espaldas, y que había traído
consigo una especie de arma con la cual podía mantener a distancia a
los extraños seres. Entonces Norden me llamó por mi nombre,
pidiéndome que me hiciese cargo de sus pertenencias si no regresaba
y que buscara lo que decía sobre los adumbrali la Canción de Ysté.
Con lentitud, él y Colby avanzaron hacia la tarima y la mesa. Colby
iba a pocos pasos delante de Norden; luego se trepó a la tarima y,
con la ayuda de su compañero, logró ganar la mesa. Después trató
de dar una mano a Norden, pero, cuando éste subía a la tarima,
súbitamente se puso rígido, y el poliedro se desprendió de sus
manos. Frenéticamente intentó arrastrarse hacia la mesa, pero una
fuerza extraña le atrajo hacia atrás, y yo supe que estaba
perdido...
Oímos
un solo grito de angustia, y luego las luces de la habitación
palidecieron y se apagaron. Sea cual fuere el poder que nos tenía
dominados, en aquel instante perdió su fuerza; dimos vueltas por la
estancia como enloquecidos, tratando de encontrar a Norden, a Colby y
el interruptor de la luz. Luego, de pronto, las luces se encendieron
de nuevo, y vimos a Colby sentado en la mesa, como mareado, mientras
que Norden yacía en el suelo. Chalmers se inclinó sobre su cuerpo,
en un intento de resucitarle, pero al constatar el estado de los
restos de Norden, se puso tan histérico que tuvimos que dejarle
desvanecido de un golpe para que se callara. Colby nos siguió como
un autómata, aparentemente sin saber lo que había sucedido. Sacamos
el cuerpo de Graf Norden envueltos por la noche de noviembre y lo
destruimos con el fuego; más tarde le explicamos a Colby que había
sufrido un ataque cardíaco mientras conducía por la ruta de la
montaña; el auto se precipitó al vacío, y el cadáver de Norden se
incineró en el holocausto.
Posteriormente,
Chalmers, Granville y yo nos reunimos con el fin de buscar una
explicación racional a cuanto habíamos visto y oído. Después de
recobrar el conocimiento, Chalmers permaneció sereno y nos ayudó a
llevar a cabo la espeluznante misión en lo alto de la montaña.
Ninguno de los dos, según pudo averiguar, había oído la voz de
Norden después que se unió a Colby en el supuesto estado hipnótico.
Tampoco recordaban haber visto objeto alguno en la mano de Norden.
Pero, en menos de una semana, aun esos recuerdos se habían
desvanecido de sus mentes. Creían a pies juntillas que Norden había
muerto en un accidente luego de un intento frustrado de parte de
Dureen de hipnotizar a Colby. Con anterioridad, su explicación había
sido que Dureen mató a Norden, por razones que no conocían, y que
nosotros fuimos, inconscientemente, sus cómplices. El experimento
hipnótico había servido de pretexto para reunirnos a todos y contar
con un medio para deshacerse del cadáver. Que Dureen había logrado
hipnotizarnos, ellos no lo dudaban entonces.
Hubiera
sido inútil contarles lo que descubrí unos pocos días más tarde,
lo que llegué a extraer de las notas de Norden, en las que explicaba
la llegada de Dureen. Tampoco hubiera servido de mucho leerles
fragmentos de la Canción de Ysté, traducidos a un inglés
comprensible para ellos.
«...Y
éstos no eran sino los adumbrali, las sombras vivientes, seres de
increíble poder y malignidad, que moran fuera de los velos del
espacio y el tiempo tal como nosotros los conocemos. Su diversión
consiste en atraer a sus dominios a los habitantes de otras
dimensiones, con quienes practican horribles juegos y múltiples
engaños...
«...Pero
más horrendos que ellos son los inquisidores que envían a otros
mundos y dimensiones, seres que ellos mismos han creado, otorgándoles
la apariencia de aquellos que residen en cualquier dimensión o en
cualquiera de los mundos a donde se les manda...
«...Estos
inquiridores pueden ser identificados tan sólo por los adeptos, para
cuyos avezados ojos la extraordinaria perfección de su forma y
movimientos, su rareza y el aura de extranjería y de poder que les
envuelve constituyen un sello infalible...
«...El
sabio Jhalkanaan nos habla de uno de esos inquiridores que engañó a
siete sacerdotes de Nyaghoggua, al desafiarles a un duelo en las
artes del hipnotismo. Más adelante nos cuenta cómo dos de ellos
cayeron en la trampa y fueron entregados a los adumbrali; sus cuerpos
fueron devueltos una vez que los seres de sombra hubieron terminado
con ellos...
«...Lo
más curioso de todo fue el estado en que se encontraban los
cadáveres: a pesar de haberles sido extraído todo fluido, no
presentaban trazas de herida alguna, ni siquiera la más leve. Pero
lo más horroroso eran los ojos, que no podían cerrarse, y parecían
mirar fijamente, con desasosegada expresión, más allá del
observador, y las extrañamente luminosas marcas en la carne muerta,
los curiosos arabescos que parecían moverse y cambiar de forma ante
los ojos del testigo...»
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