La Paloma del Pozo




Sucedió en el Siglo XVIII en la calle de Ballesteros la siguiente leyenda, conocida actualmente como República de Cuba. Ahí se alzaba un caserón donde habitaba el Conde de Pomar y su familia. Severo hombre apegado a las leyes y a la moral, el Conde de Pomar era en extremo celoso con su pequeña familia, en especial con su hija, mayor de diecinueve años a la que la soltería abrigó a causa de su posesivo padre, hasta no verla desposada con un hombre de bienes materiales y riquezas, y así el título de Conde se extendiera en las siguientes generaciones.
Mientras tanto, la condesa de Pomar permanecía enclaustrada en su propio hogar, condenada a cuidar a su enferma madre y tenía prohibido fijarse en un hombre. Hasta que esa atención se desvió en un apuesto caballero que pasó a las afueras de su ventana, paseando en su caballo llamado "Noche".

Fueron el uno para el otro con sólo cruzar miradas e intercambiar sonrisas. Aunque no hubo palabras, ella sintió que ese hombre era con que el quería unirse.
Así transcurrieron los días, cuando pasaba el apuesto caballero por su ventana, se podría decir que se hablaban en intercambio de miradas hasta que ella le entregó su pañuelo con encajes como muestra de aprobación y él entregó una rosa. Pero cual no sería su terrible respuesta cuando el padre la descubrió y prohibió punitivamente volver a ver a ese caballero que si bien pudiera tratarse de un bellaco al no saber su nombre y título.
Un día, el Conde de Pomar decidió vigilar a las cercanías de su casa y así poder descubrir al caballero que quería conquistar el corazón de su hija. Descubrió a su criada mulata Libora recibir una carta por parte del misterioso caballero. Al detener a la criada la reprendió y la obligó a entregar la carta. Esta redactaba la entrega total de su amor incodicional para la joven condesa pero no firmaba el nombre, lo que desesperó aún más al Conde.
Optó por estar fuera de la capital de la Nueva España, todo con tal de que su hija no estuviera siquiera a metros de aquel misterioso caballero que, seguramente, era un rufián con anhelo de aprovecharse de su hija.
Una vez instalado en la hacienda ordenó al capataz vigilar las inmediaciones y procurar abrir fuego contra todo aquel que intentar penetrar a la propiedad.
Cuando la joven esperaba en su habitación, descubrió al misterioso caballero en su equino "Noche" tratar de saltar el muro rodeado de enredaderas. Ella lo esperaba ansiosa hasta que ese encuentro fugaz de amor se volvió una terrible tragedia al descubrir a su amado misterioso culminar por el disparo del capataz. El cuerpo cayó afuera de la Hacienda, y muerto el bellaco que sólo quería robar el corazón de la joven condesa, fue sepultado en un lugar sin nombre al igual que su identidad.
La tranquilidad del celoso padre volvió y regresó junto con su familia a la Nueva España. La joven condesa regresó con el corazón roto y el alma sumida en una melancolía. Y su condición empeoró tras enterarse que su padre la había comprometido con un Márques, viejo pero acaudalado que aseguraría las riquezas como legado. La unión matrimonial se consumió al igual que el alma de la joven condensa
Liboria, al ser testigo de la decadencia espiritual de su joven ama, le ofreció volver a encontrarse con su amado, pero con la ayuda de un viejo nagual que habitaba a las afueras de la ciudad. Al saber que rompería su voluntad con Dios para recurrir a la nigromancia, la desesperación de la joven Pomar la orilló a acompañar hacia las ruinas de la antigua Tenochtitlán, ahí se aposentaba un viejo hechicero con conocimientos de prácticas prehispánicas. Al reunirse con él, la joven solicitó como reunirse de nuevo con su amado, sin importar recurrir a lo profano. El viejo Nagual le pidió a la joven que debía entregar un objeto que perteneciera al misterioso caballero. Recordó la rosa que le dió en los primeros días que lo había conocido.
Entregó el regalo de aquel caballero y el hechicero procedió a quemar la rosa y en medio de las llamas y el humo, surgió lamentos de almas en pena y en medio de aquel hedor espectral apareció una silueta montada en un caballo. Era aquel caballero, regresó del más allá para reunirse con su amada. Entre besos y abrazos unieron sus lazos de amor aunque se recurriera a una invocación profana. El caballero le entregó a la condesa un anillo, en cualquier caso ella podría usar el anillo y hacer el llamado para encontrarse de nuevo.
Y así, la joven condesa se reunía con Liboria para ir juntas al encuentro del misterioso caballero resucitado en medio de las ruinas de Tenochtitlán. Pero al aparecer ese amor no estaba destinado a sellarse, ya que fueron descubiertos por el Márques y su lacayo, que sospechaban de las ausencias nocturnas de su esposa. Y cual no sería su sorpresa al hallarla en medio de ritual de invocación y unión profana ¡con un muerto!
El márques recurrió al Santo Oficio y denunciar el aquelarre llevado a cabo por su esposa, la criada y el viejo Nagual.
Siendo señalados como culpables, Liboria y el viejo Nagual fueron sentenciados a morir en la hoguera, mientras que la joven condensa su castigo llegaría en tres días.
En medio de la desesperación, la joven condensa invocó a su amado por medio del anillo y así ser rescatada. Lo llamó y solicitó auxilio. Ante la incrédula mirada del guardia del calabozo, una niebla envolvió la celda y surgió el misterioso caballero en respuesta de su amada. Éste la ayudó a salir pero convirtiéndola en una paloma que escaparía entre los barrotes de la celda.
Aunque no podía creerlo, el vigilante llamó a otros guardias trataron de capturar la paloma. Uno de los guardias logró cortale un trozo del ala a la paloma antes de deslizarse en una ventana. Al no tener más fuerza a causa de la sangrienta herida, el ave de blanco plumaje cayó a un pozo. El guardia que la hirió descubrió que en lugar de plumas había cercenado un dedo de mujer... aún llevaba puesto el anillo que el misterioso caballero le regaló. Si el ala se había transformado en un dedo, ¿que había entonces en el fondo del pozo?


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