Inspirado en los textos de Arthur Conan Doyle con su personaje literario más famoso "Sherlock Holmes" sirvió de inspiración para que otros autores desarrollaran a sus propios personajes detectivescos. En el caso de William Hope Hodgson construyó a un detective muy singular: Carnacki, un cazador de fantasmas. Carnacki resuelve los misterios sobrenaturales apoyado con libros de magia e instrumentos que él mismo diseñó para contrarrestar el hechizo. Una mezcla de ciencia ficción, ocultismo y relato policíaco.
En esta ocasión presentaremos una de sus aventuras pero en altamar, cuando es solicitado para indagar sobre un fenómeno paranormal que envuelve una pequeña embarcación. Dejamos con ustedes...
En esta ocasión presentaremos una de sus aventuras pero en altamar, cuando es solicitado para indagar sobre un fenómeno paranormal que envuelve una pequeña embarcación. Dejamos con ustedes...
El Embrujo del Jarvee (1913), William Hope Hodgson
-Habéis
oído algo últimamente de Carnacki? —le pregunté a Arkright,
cuando me encontré con él en el centro de Londres.
—No
—me contestó—. Estará en alguno de sus viajes. No importa,
seguro que cualquier día de éstos recibimos una postal suya,
invitándonos al número 472 de Cheyne Walk, y entonces nos lo
contará todo. ¡Mira que es raro, eh!
Asintió
con la cabeza y se fue. Hacía varios meses que los cuatro —Jessop,
Arkright, Taylor y un servidor— habíamos recibido por última vez
la invitación habitual de que nos dejáramos caer por el inolvidable
472 de Cheyne Walk para oír la narración, de boca del propio
Carnacki, de su último caso. ¡Menudas historias nos contaba! Eran
reales y verídicas hasta en los menores detalles, aunque estuviesen
llenas de incidentes insólitos y extraordinarios, y nos tenían en
vilo hasta que acababa de contárnoslas. De un modo de lo más
sorprendente, a la mañana siguiente me llegaba una postal redactada
en términos bastante escuetos, en la que me venía a decirme que
estuviese en el número 472 a las siete en punto. Fui el primero en
llegar, seguido de Jessop y Taylor; poco antes de la hora de cenar
hacía su entrada Arkright. Después de la cena, Carnacki, como de
costumbre, nos ofreció sus cigarros, se instaló cómodamente en su
sillón favorito y fue derecho a contarnos la historia que
justificaba el hecho de que nos hubiese invitado.
—Acabo
de volver de un viaje en uno de esos veleros de antaño —dijo, sin
entrar en mayores detalles—. El Jarvee, capitaneado por mi viejo
amigo el capitán Thompson. En principio, iba a embarcarme por
cuestiones de salud; si escogí el antiguo Jarvee fue porque el
capitán Thompson me había dicho en más de una ocasión que en él
ocurrían cosas raras. Fijaos que siempre le decía que viniera a
verme cuando desembarcase, para ver si conseguía sacarle algo más;
pero lo curioso es que jamás conseguía explicarme ningún detalle
preciso respecto a las rarezas. Siempre me dio la impresión de que
sabía de qué se trataba, pero en cuanto intentaba expresarlo en
palabras, era como si se diese cuenta de que la realidad se le
escapaba de los dedos. Por lo general, siempre terminaba diciendo que
veía cosas, y entonces comenzaba a querer expresarse con las manos,
como si se sintiese incapaz de comunicar lo que conocía de las cosas
extrañas que había observado en el navío, aparte de algunos
detalles peculiares sin relación en sí con los hechos.
"—No
puedo retener a los hombres por más tiempo en el barco —me decía
con frecuencia—. Están muertos de miedo y ven y oyen cosas. Ya he
perdido a muchos por su culpa. Caídos de la arboladura, fíjese. El
barco está adquiriendo mala fama —y agitaba la cabeza de manera
muy solemne.
"El
viejo Thompson era un buen tipo en todos los sentidos. Cuando subí a
bordo, me encontré con que me había reservado una cabina entera,
que se comunicaba con la que ocupaba él y que podría utilizar como
laboratorio y estudio. Dio al carpintero instrucciones de que
instalase en ella unos estantes y lo que creyera más conveniente o
que fuese a necesitar, y en un par de días pude colocar en ella
todos mis aparatos —que había traído en gran cantidad, ya fuesen
mecánicos o eléctricos, utilizados en mis anteriores cacerías de
fantasmas de la manera más apropiada y segura— ya que tenía un
interés personal en examinar a fondo aquel misterio, respecto al
cual él siempre se había mostrado tan categórico como elusivo.
Durante los primeros quince días de travesía, seguí mis usuales
métodos para llevar a cabo una investigación exhaustiva. Mostré un
cuidado escrupuloso, pero no encontré nada anormal en todo el navío.
Era un viejo cascarón de madera. Sondeé y medí cada bisagra y cada
mamparo, examiné todas las vías de acceso a las calas y precinté
todas las escotillas. Tomé aquellas precauciones y muchas más, pero
pasaron las dos semanas sin que viera ni encontrara nada.
"Según
todas las apariencias, aquella vieja carraca no era más que un
poderoso velero de los viejos tiempos, aún en buen estado, que iba
cómodamente de un puerto a otro. Y excepto por un indefinible
sentimiento de lo que se podría describir como «calma anormal» en
todo el barco, no pude hallar nada que justificase las frecuentes y
solemnes aseveraciones del capitán de que no tardaría en encontrar
más de lo que hubiera deseado. Aquello lo repetía siempre que nos
paseábamos por la popa; después se detenía para echar una mirada,
larga, expectante y casi con miedo, a la inmensidad del mar que nos
rodeaba. Y, efectivamente, al décimo octavo día de navegación
ocurrió algo. Estaba paseándome bajo la toldilla de popa, como de
costumbre, con el fiel Thompson, cuando de repente se detuvo y miró
al juanete de mesana, que había comenzado a golpear el mástil. Echó
un vistazo a una veleta que estaba cerca de él, se colocó la gorra
al revés y se quedó mirando fijamente al mar.
"—Está
cayendo el viento, señor. Esta noche tendremos problemas —dijo—.
¿Ve ahí abajo? —y señaló a lo lejos, en dirección del viento.
"—¿A
qué se refiere? —pregunté, mirando fijamente, con algo más que
curiosidad—. ¿Dónde?
"—Justo
fuera de rumbo —dijo—. Viniendo en dirección del sol.
"—No
veo nada —comenté, tras haber escrutado durante largo tiempo la
inmensa y silenciosa inmensidad del mar, que se había cristalizado
en una superficie dominada por la calma, después de que el viento
hubiera cesado.
"—Se
está formando una sombra —dijo el viejo lobo de mar, cogiendo sus
gemelos.
"Los
ajustó y estuvo mirando un buen rato; luego me los pasó, señalando
con el dedo en una cierta dirección.
"—Justo
debajo del sol —repitió—. Se acerca a nosotros a dos nudos de
velocidad.
"Estaba
curiosamente tranquilo y seguro de lo que decía. No obstante, sentí
en su voz cierta excitación, por lo que cogí rápidamente los
gemelos que me ofrecía y miré en la dirección indicada. Un minuto
después vi... una sombra imprecisa bajo la tranquila superficie del
mar, que parecía moverse hacia nosotros mientras la estaba mirando.
Durante un momento la contemplé fascinado, dispuesto a jurar que no
había visto nada y, al mismo tiempo, a asegurar que realmente había
algo bajo el agua, que aparentemente se dirigía hacia el barco.
"—Sólo
es una sombra, capitán —acabé por decir.
"—Eso
es, señor —replicó, sin más—. Eche un vistazo hacia el norte.
"Hablaba
muy tranquilo, como un hombre que está seguro de todo lo que hace y
que se enfrenta a una experiencia que ya conoce, tiñendo todos sus
actos, por muy seguro que esté de ellos, de profunda y constante
excitación. Acepté la sugerencia del capitán y volví los gemelos
hacia el norte. Durante un instante no hice más que buscar,
barriendo con ellos, de un lado para otro, el grisáceo arco del mar.
Entonces vi claramente la cosa en el campo de los gemelos... Era algo
impreciso, una sombra bajo el agua que parecía moverse hacia el
barco. «Qué extraño», murmuré con una voz que parecía salirme
en lo más profundo de la garganta.
"—Mire
ahora hacia el oeste, señor —dijo el capitán, expresándose con
el mismo y peculiar tono de voz de antes.
"Miré
hacia el oeste y un minuto después localizaba la cosa: una tercera
sombra que parecía surcar el mar mientras la miraba.
"—¡Dios
mío, capitán! —exclamé—. ¿Qué son esas cosas?
"—Eso
es lo que yo quisiera saber, señor —contestó el capitán—. Ya
las había visto antes, y a punto estuve de pensar en algún momento
que me iba a volver loco. En ocasiones se las ve claramente y en
otras casi no se distinguen; a veces pienso que están vivas y otras
que no son más que estúpidas fantasías. ¿Comprende ahora por qué
no podía describírselas claramente?
"No
le contesté, porque no hacía más que mirar, expectante, hacia el
sur, hacia más allá de la parte que veía del barco. A lo lejos, en
el horizonte, mis gemelos localizaron algo oscuro y vago bajo la
superficie del agua, una sombra que se iba perfilando cada vez más.
"—¡Dios
mío! —musité nuevamente—. ¡Es real! ¡Es...! —y volví a
mirar de nuevo hacia el este.
"—Vienen
de los cuatro puntos cardinales, ¿no? —dijo el capitán Thompson,
haciendo sonar su silbato.
"—Cargad
los tres sosobres —dijo a su segundo—, y que uno de los hombres
coloque linternas en lo alto de los mástiles. Que todos bajen a sus
camarotes antes de que sea de noche —dijo finalmente cuando el
segundo se dirigía ya a cumplir sus órdenes.
"—Esta
noche no dejaré que ninguno esté sobre cubierta —me confesó—.
Ya he perdido bastantes hombres por su culpa.
"—Capitán,
quizá sólo sean sombras —dije, sin dejar de mirar la lejana y
grisácea silueta que aún se veía por el este—. Puede ser un poco
de bruma o alguna nube baja.
"Pero
la verdad era que no creía mucho en lo que decía. Por otra parte,
el viejo marino no se molestó en sacarme de dudas, sino que hizo
ademán de que le pasara los gemelos, y accedí al momento.
"—A
medida que se vayan acercando irán desapareciendo —comentó—. Lo
sé, porque en otras ocasiones han hecho lo mismo. Dentro de muy poco
rodearán al barco, pero ni usted ni yo ni nadie las veremos; sin
embargo, estarán aquí. Me gustaría que ya hubiese pasado esta
noche. No lo sabe usted bien.
"Me
devolvió los gemelos, y comencé a mirar las sombras que se
acercaban. Pasó exactamente como había dicho el capitán. A medida
que se aproximaban parecieron extenderse y hacerse menos
consistentes, disipándose en el crepúsculo gris, de manera que bien
hubiera podido imaginarme que no contemplaba más que cuatro pequeñas
porciones de una nube gris, convirtiéndose por causas naturales en
impalpables e invisibles.
"—Debí
ordenar que cargaran los perroquetes cuando estaban fuera — observó
el viejo marino—. Ahora no puedo hacer que ninguno suba a la
arboladura de noche, a no ser que haya una auténtica necesidad —se
alejó un poco de mí y observó el barómetro aneroide—. Parece
que hay calma chicha después de todo —murmuró mientras se
alejaba, al parecer ligeramente satisfecho.
"Mientras
tanto, la tripulación había abandonado la cubierta. Comenzaba a
anochecer, y vi cómo se esfumaban las extrañas sombras a medida que
se acercaban al navío. Sin embargo, podéis imaginaros lo nervioso
que me sentía mientras paseaba bajo la toldilla de popa con el viejo
capitán Thompson. Me sorprendí a mí mismo echando una rápida
mirada hacia atrás, como si fuese a encontrar algo, pues me parecía
que entre los oscuros velos que divisaba al otro lado de las
barandillas había una cosa, increíble e imprecisa, que nos estaba
mirando. Le pregunté al capitán de mil maneras, sin conseguir saber
más de lo que me había contado. Era como si no fuese capaz de
comunicar a los demás lo que ya conocía; por otra parte, no pude
interrogar a nadie de la tripulación, puesto que todos eran nuevos
en el barco, incluyendo a los oficiales, lo cual ya era un hecho
significativo. El «lo verá con sus propios ojos, señor», se había
convertido en la coletilla con que el capitán esquivaba todas mis
preguntas, por lo que comencé a creer que realmente tenía miedo de
traducir en palabras lo que sabía. Pero en una de las ocasiones en
que me daba la vuelta, con la desagradable sensación de que había
alguien detrás de mí, comentó con voz tranquila:
"—No
tenga miedo, señor, mientras se encuentre a plena luz y entre
cubiertas.
"Su
actitud me pareció extraordinaria, porque parecía aceptar la
situación sin demostrar miedo, por lo que se refería a sí mismo.
La noche transcurrió tranquilamente hasta las once, cuando,
súbitamente y sin el menor asomo de advertencia, una furiosa
borrasca cayó sobre nosotros. Había algo monstruoso y anormal en
aquel viento, como si alguna fuerza utilizase los elementos para
algún propósito infernal. Pero el capitán se enfrentó
tranquilamente a la situación. Dejó inoperante el timón, y las
velas se agitaron mientras arriaban los perroquetes. Después les
tocó el turno a las tres gavias. Sin embargo, el viento seguía
rugiendo a nuestro alrededor, venciendo casi el atronar de las velas
en medio de la oscuridad.
"—¡Se
van a hacer jirones! —me dijo el capitán a la oreja, gritando para
hacerse entender por encima del rugido del viento—. No puedo hacer
nada. No puedo enviar a ningún hombre a la arboladura, a no ser que
vea que nos quedamos sin mástiles. Es lo que más me preocupa.
"Durante
una hora, hasta que ocho campanadas anunciaron la medianoche, el
viento no dio señal alguna de disminuir en intensidad, sino todo lo
contrario. Durante todo aquel tiempo, el patrón y yo paseamos bajo
la toldilla de popa, mientras él no dejaba de escrutar la oscuridad,
muy preocupado por el velamen, que no hacía más que agitarse y
ondear violentamente. Yo no hacía más que mirar una y otra vez a mi
alrededor, hacia la oscuridad extraordinariamente espesa en la que
parecía haberse incrustado el navío. Lo que sentía, añadido al
sonido del viento, me producía una especie de horror continuo, que
me hacía imaginar que había algo sobrenatural rampando en la
atmósfera. Si era resultado de mis nervios, sometidos a una tensión
excesiva, o de mi imaginación sobreexcitada, es algo que no habría
podido decir. Jamás había sentido nada parecido a lo que
experimenté durante aquella singular borrasca. Cuando la campana
sonó ocho veces seguidas y se procedió al cambio de guardia, el
capitán no tuvo más remedio que enviar todos los hombres
disponibles a la arboladura, para que izasen rápidamente las velas,
ya que había comenzado a temer por la pérdida de los mástiles si
posponía la operación. Así se hizo y el barco pareció recobrar la
calma. Sin embargo, aunque la maniobra había sido realizada con
éxito, los miedos del capitán se vieron justificados de manera
harto terrible. Cuando los hombres comenzaban a regresar al puente,
desde la arboladura se oyó un grito terrible, e inmediatamente
después otro, seguido de un gran choque sordo sobre el puente
principal, y otro más a los pocos instantes.
"—¡Dios
mío! ¡Han caído dos hombres! —gritó el patrón, descolgando una
lámpara del cuarto de bitácora y llegándose hasta el puente
principal.
"Había
sucedido tal como había dicho. Se habían caído dos hombres o —como
yo pensé— algo los había empujado desde lo alto de la arboladura,
y yacían inmóviles sobre el puente. Encima de nosotros, en la
tiniebla, oí unos gritos indefinidos, seguidos de una extraña
calma, sólo rota por el continuo golpear del viento, cuyos silbidos
y aullidos en el cordaje parecían acentuar el completo y espantoso
silencio de los hombres que aún quedaban entre la arboladura.
Entonces me di cuenta de que los hombres habían redoblado sus
esfuerzos por volver rápidamente a los puentes, de suerte que uno
tras otro abandonaron las alturas y se detuvieron ante los compañeros
caídos, con exclamaciones de sorpresa que suscitaron todo tipo de
preguntas. Luego volvió el silencio. Durante todo aquel tiempo,
había sido consciente de un extraordinario sentimiento de opresión,
de una angustia dominada por el miedo y de una espera llena de
ansiedad, ya que me parecía que mientras me hallaba al lado de los
muertos, en medio de aquel viento sobrenatural, una potencia
diabólica se cernía en la negrura que rodeaba al barco, augurando
un horror inminente. A la mañana siguiente se ofició un solemne
funeral, breve y muy simple, que fue acogido con respeto poco usual,
y a cuya terminación, los dos hombres que habían muerto la víspera
y que yacían encima de una escotilla fueron arrojados al agua,
desapareciendo rápidamente de nuestra vista. Mientras veía cómo se
hundían en las azules profundidades, me asaltó una pregunta, que
comenté por la tarde con el capitán, tras lo cual estuve preparando
y conectando algunos de mis aparatos eléctricos hasta el anochecer.
Después subí a cubierta y miré a mi alrededor. La tarde era
maravillosamente tranquila e ideal para el experimento que llevaba
pensando todo el día, pues el viento había cesado con singular
rapidez tras la muerte de los dos hombres, dejando el mar como un
espejo.
"En
cierta medida, creía comprender la causa primera de aquellas
inciertas, aunque peculiares, manifestaciones de que había sido
testigo la tarde de la víspera, y que el capitán Thompson
relacionaba de manera implícita con la muerte de ambos marineros. Yo
suponía que el origen de lo sucedido se hallaba en una causa
extraña, aunque perfectamente comprensible, es decir, en el fenómeno
conocido técnicamente con el nombre de «vibraciones atractivas».
Harzam, en su monografía sobre los «embrujamientos inducidos»,
sugiere que siempre son producidos por las «vibraciones inducidas»,
es decir, por vibraciones temporales provocadas por alguna causa
externa. Todo esto resulta un tanto abstruso en el caso que nos
ocupa, pero cuando hube reconsiderado todos estos puntos, decidí
hacer un experimento para ver si podía producir una
«contra-vibración», de carácter repulsivo, algo que Harzam había
conseguido en tres ocasiones, mientras que yo sólo había tenido
cierto éxito, aunque parcial, en una, debido sobre todo a un fallo
del imperfecto aparato con el que trabajaba.
"Creo
que ya he dicho antes que me resulta bastante difícil poder seguir
este razonamiento en una narración tan breve como la que os estoy
contando; por otra parte, no creo que os resultase interesante,
habida cuenta de que sólo os atrae el lado extraño y fantástico de
mis investigaciones. No obstante, creo que ya os he explicado lo
suficiente para que os hagáis una idea de en qué consistían mis
razonamientos y así poder seguir sin perderos mis anhelos y
esperanzas al emitir las vibraciones «repulsivas», ya que los
resultados confirmarían la teoría. Así pues, cuando el sol se
encontraba a menos de diez grados del horizonte visible, el capitán
y yo comenzamos a vigilar la aparición de las sombras. No tardé en
divisar, justo debajo del sol, la peculiar forma de una mancha gris,
que se movía igual que la de la víspera. Al comentar el hecho al
capitán, me dijo que acababa de ver lo mismo hacia el sur. Al mirar
al norte y al este observamos el mismo fenómeno. Conecté, pues, mi
dispositivo eléctrico, para que comenzase a emitir la extraña
fuerza repulsiva hacia las lejanas e imprecisas formas misteriosas,
que a lo lejos se movían rápidamente hacia el navío.
"Poco
antes del anochecer, el capitán había ordenado arriar todo el
velamen, ya que, como él decía, hasta que no cayese la calma no se
corría ningún peligro, pues sólo entonces tenían lugar tan
extraordinarias manifestaciones. Y en aquella ocasión acertó
plenamente, pues una de las más violentas borrascas que jamás había
visto se abatió sobre el barco durante la media guardia, arrancando
la gavia de sus cuerdas. Yo estaba descansando en uno de los divanes
del salón. Salí corriendo hacia la toldilla de popa, mientras el
navío bailaba bajo la enorme fuerza del viento. La presión
atmosférica era muy alta, y el ruido de la borrasca atronador. Por
encima de todo, y quizá a pesar de ello, fui consciente de que algo
anormal y amenazante me ponía los nervios a flor de piel. Lo que
ocurría no era natural. Sin embargo, a pesar de que la gavia había
sido arrancada, ningún hombre fue enviado a repararla.
"—¡Como
si salen volando todas! —exclamó el viejo capitan Thompson—.
¡Debía haber hecho lo que quería y dejar los mástiles desnudos!
"A
eso de las dos de la madrugada, la borrasca desapareció con
asombrosa rapidez, dejando a nuestro alrededor una noche clara. A
partir de entonces, me paseé por la toldilla de popa con el patrón.
De vez en cuando nos deteníamos para observar el puente principal,
que aparecía iluminado. En una de aquellas ocasiones vi algo
peculiar. Era como una sombra imposible flotando de manera imprecisa
entre el lugar donde me encontraba y la blancura de los puentes bien
lavados. Pero, mientras estaba mirándola atentamente, la cosa
desapareció, y ya no pude decir con seguridad si efectivamente la
había visto.
"—Supongo
que la habrá visto claramente, ¿no, señor? —dijo la voz del
capitán cerca de mí—. Sólo la había observado una vez, y eso
fue antes de que perdiésemos la mitad de la tripulación en aquel
viaje. Creo que haríamos mejor regresando a puerto. Esto será el
fin del viejo cascarón, estoy seguro.
"La
tranquilidad del viejo lobo de mar me desconcertó casi tanto como la
confirmación que su observación acababa de darme de que realmente
había visto algo anormal flotando entre donde yo me encontraba y el
puente, a ocho pies bajo nosotros.
"—¡Válgame
Dios, capitán Thompson! —exclamé—. ¡Lo que dice es realmente
infernal!
"—Exactamente
—admitió—. Ya le dije, señor, que lo observaría por usted
mismo si tenía un poco de paciencia. Y esto es sólo el principio.
Ya verá cuando aparezcan formando pequeñas nubes negras encima del
mar, rodeando el barco y moviéndose a su misma velocidad. Y lo mismo
que la cosa de antes, sólo me ha ocurrido una vez. Pero supongo que
no estaremos aquí por accidente.
"—¿Qué
quiere decir? —pregunté.
"Mas,
a pesar de que le sondeé de mil maneras distintas, no pude sacarle
nada que me pareciese satisfactorio.
"—Ya
lo verá, señor. Espere y verá. Este barco es muy extraño.
"Y,
más o menos, en eso se quedaron los esfuerzos que hizo por sacarme
de dudas. Desde entonces hasta el cambio de guardia, continué
apoyado en la barandilla de la toldilla de popa, mirando fijamente al
puente principal, aunque sin dejar de echar miradas furtivas y
prodigiosamente rápidas hacia atrás. El patrón había vuelto a
pasearse tranquilamente por la toldilla, pero cada paso se detenía a
mi lado y me preguntaba con voz bastante tranquila si había vuelto a
ver «alguna otra cosa de esas» rodando cerca. En varias ocasiones,
y a la luz de las linternas, llegué a divisar el contorno impreciso
de algo que flotaba a merced del viento, como si el aire que lo
rodeaba fluctuase, y más tarde una cosa que pudiera haberse tomado
por una forma translúcida, pero dotada de movimiento, que conseguí
vislumbrar durante un instante, aunque al siguiente ya había
desaparecido, sin que mi cerebro pudiese registrar sus contornos.
Cerca ya del fin de la guardia, el capitán y yo conseguimos ver algo
realmente extraordinario. Acababa de llegar a mi lado y se apoyaba en
la barandilla.
"—He
visto otra de esas cosas ahí abajo —comentó con esa forma tan
tranquila que tenía de hablar, mientras me daba un codazo amistoso y
señalaba con la cabeza hacia la entrada del puente principal, a una
o dos yardas a la izquierda.
"En
el lugar que indicaba se podía apreciar una ligera y opaca mancha de
sombra, que parecía suspendida como un pie por encima del puente. Al
hacerse más visible, pudimos apreciar en ella cierto movimiento
perceptible, como una especie de torbellino constante en el seno de
una materia aceitosa que se extendía desde el centro hacia fuera. La
cosa creció hasta alcanzar una anchura de varios pies, a través de
la cual podíamos ver las planchas iluminadas del puente. En aquellos
momentos, el movimiento que iba del centro hacia fuera era claramente
visible. Poco después, aquella extraña cosa pareció oscurecerse y
hacerse más densa, ocultando la parte del puente que se encontraba
entre ella y nuestra vista. Mientras seguía mirándola con enorme e
intenso interés, la entidad pareció sufrir una especie de
contracción, que hizo que sus contornos se difuminasen, de forma que
sólo pudimos ver la vaga forma redondeada de una sombra,
retorciéndose y girando de un sitio para otro entre nosotros y el
puente inferior. Fue encogiéndose poco a poco y desapareció. Ambos
continuamos mirando fijamente una parte del puente que, a la luz de
las lámparas que habíamos colgado de los mástiles al caer la
noche, mostraba claramente las planchas y las juntas que había entre
ellas.
"—Esto
es tremendamente extraño, ¿no cree, señor? —dijo el capitán con
aire meditabundo, mientras buscaba su pipa—. Tremendamente extraño
— entonces encendió la pipa y comenzó a pasearse bajo la
toldilla.
"La
calma duró una semana entera, en el transcurso de la cual el mar
siguió terso como un espejo, mientras que cada noche, y siempre sin
previo aviso, sufríamos la repetición de la extraordinaria
borrasca, de suerte que a la caída de la tarde el capitán recogía
velas y esperaba pacientemente un viento favorable. Por las tardes
seguía realizando nuevas experiencias, intentando generar
vibraciones «repulsivas», pero sin resultado. Realmente no estoy
muy seguro de que mi tentativas no dieran ningún resultado, puesto
que la calma chicha fue adoptando progresivamente un aspecto
sobrenatural, mientras que el mar parecía más que nunca una
gigantesca superficie de vidrio, deformada de vez en cuando por el
aceitoso movimiento de una ola surgida de las profundidades. Por lo
demás, de día había un silencio tan profundo que generaba una
sensación de irrealidad, pues jamás se mostraba a la vista ningún
ave marina, mientras que el movimiento del navío era tan
imperceptible que casi no producía el crujido constante de mástiles
y aparejos que de ordinario suele acompañar a la calma.
"El
mar parecía haberse convertido en emblema de desolación y vastedad
ilimitadas. Comencé a pensar que no nos hallábamos en un mundo
conocido, sino en medio de un inmenso océano que se extendiese,
inconmensurable, en cualquier dirección. Al caer la noche, las
extrañas borrascas desataban tan gran violencia, que a veces
parecían a punto de arrancar la mismísima arboladura y arrojarla a
lo lejos; afortunadamente, el barco no sufrió daños por tal motivo.
Según iban pasando los días me iba convenciendo de que mis
experimentos estaban dando resultado, aunque este fuese todo lo
contrario de lo que había esperado obtener, ya que siempre, al
atardecer y en cuanto conectaba mis aparatos, una especie de nube
gris, que parecía una columna de humo, surgía en cada uno de los
puntos cardinales, por lo que desistí de seguir utilizándolos
durante un tiempo prolongado y enfoqué mis esfuerzos en otra
dirección.
"Llevábamos
soportando aquel estado de cosas durante una semana, cuando tuve una
larga conversación con el viejo capitán Thompson, quien estuvo de
acuerdo en dejarme realizar hasta sus últimas consecuencias un
arriesgado experimento. Se trataba de conseguir que las vibraciones
se mantuviesen en su máximo de amplitud desde poco antes de la
puesta de sol hasta el amanecer del día siguiente, y de anotar
cuidadosamente los resultados. Con tal propósito hice los
preparativos pertinentes. Arriamos los perroquetes y los
sobrejuanetes, arrumamos las velas y aseguramos sólidamente todo lo
que había en los puentes. Aparejamos un ancla, y la arrojamos con
una buena longitud de cable. Se trataba de asegurar que el navío no
cabecease por efectos del vendaval, aunque se abatiese sobre nosotros
una de esas extrañas ráfagas de viento que solían azotarnos
durante la guardia nocturna. A primeras horas de la tarde, los
hombres fueron enviados a sus camarotes, después de que les
dijéramos que podían entretenerse, acostarse o hacer lo que
quisiesen, pero que se abstuvieran de subir a cubierta durante la
noche, pasara lo que pasase. Para estar más seguros, cerramos con
cadenas los accesos de babor y estribor. Luego tracé los Signos
Primero y Octavo del Ritual Saaamaaa
frente a cada uno de los montantes de las puertas, uniéndolos con
una línea triple que se entrecruzaba cada siete pulgadas. Tú,
Arkright, que has profundizado más que yo en la ciencia de la magia,
bien sabes por qué lo hacía.
"Acto
seguido, saqué un hilo metálico y rodeé con él la zona de
camarotes, conectándolo, después, a uno de mis artefactos, que
había instalado en el compartimento de las velas.
"—En
cualquier caso —expliqué al capitán—, no correrán más riesgo
que el que todos podemos esperar en forma de una tremenda y violenta
tormenta. El peligro real sólo lo sufrirán los que se relacionen
con lo prohibido. El «sendero de las vibraciones» formará una
especie de «halo» alrededor del dispositivo. Yo debo quedarme con
él para manejarlo, y estoy dispuesto a correr el riesgo, pero usted
haría mejor yéndose a su cabina, lo mismo que los tres oficiales.
"El
capitán se negó, y los tres oficiales me pidieron permiso para
quedarse a «ver el espectáculo». Les advertí que podría resultar
sumamente desagradable, incluso peligroso, pero ellos aceptaron el
riesgo. Ahora puedo deciros que no me molestó en absoluto contar con
su compañías. Me puse a trabajar, pidiendo su ayuda cuando la
necesitaba, y en poco tiempo tuve montado el dispositivo. Entonces
hice pasar los hilos metálicos por la escotilla de la cabina, y
ajusté el mando de la frecuencia y el de la caja de resonancia,
atornillándolos sólidamente en el puente de la toldilla de popa, en
el espacio vacío que se encontraba entre la escotilla y el
compartimento de velas. Pedí a los tres oficiales y a su capitán
que se sentasen juntos y les advertí que no se moviesen, pasara lo
que pasase. Tracé con tiza un pentáculo a nuestro alrededor,
incluido el aparato, y comencé a conectar sin pérdida de tiempo los
tubos de mi pentáculo eléctrico, pues ya comenzaba a ponerse el
sol. En cuanto hube terminado, cerré el circuito, con lo que la
corriente comenzó a pasar por los tubos de vacío, de suerte que su
pálida claridad nos envolvió, pesada, fría e irreal ante los
últimos destellos del sol que se ocultaba. Acto seguido envié las
vibraciones hacia el espacio que nos circundaba y me senté ante el
tablero de control. Intercambié algunas palabras con los demás,
advirtiéndoles nuevamente de que, a pesar de lo que pudiesen oír o
ver, no abandonasen el pentáculo, si valoraban en algo sus vidas.
Ellos asintieron y entonces supe que estaban muy impresionados por la
posibilidad de que atrajésemos hacia nosotros un peligro
desconocido. Comenzó nuestra espera. Nos habíamos puesto el
impermeable, ya que esperaba que el experimento incluyese algún
comportamiento desacostumbrado por parte de los elementos, y así nos
enfrentábamos preparados a la noche. Puse especial cuidado en
confiscarles todas sus cajas de cerillas, no fuese que a alguno se le
ocurriese encender por descuido la pipa, puesto que los rayos
luminosos son «senderos» para algunas fuerzas. Provisto de un par
de gemelos náuticos, comencé a escrutar el horizonte. Alrededor de
nosotros, pero a millas de distancia en la grisura del atardecer, me
pareció ver un extraño e impreciso oscurecimiento de la superficie
del agua. Aquello se hizo más nítido, concretándose en algo que me
pareció una débil neblina flotando a ras del mar, bastante lejos
del barco, pero rodeándolo. La observé con mucha atención, y el
capitán y sus tres oficiales hicieron lo propio, ayudándose con sus
gemelos.
"—Viene
hacia nosotros a una velocidad de dos nudos, señor —dijo el viejo
lobo de mar, con voz grave—. Esto es lo que yo llamo jugar con
fuego. Espero que todo acabe bien.
"Y
eso fue todo lo que dijo, guardando a partir de entonces un absoluto
silencio, lo mismo que sus oficiales, en las extrañas horas que
transcurrieron. La noche descendió furtivamente sobre el mar, y
dejamos de ver el peculiar anillo de bruma que se dirigía hacia
nosotros. Hubo unos momentos del silencio más intenso y opresivo,
mientras los cinco estábamos sentados allí, vigilantes y
silenciosos, rodeados por el pálido resplandor del pentáculo
eléctrico. Poco después cayó una especie de extraño relámpago
silencioso. Digo silencioso porque, cuando comenzaron a caer más
relámpagos cerca de nuestro barco, iluminando el monótono mar que
nos rodeaba, no sonó ningún trueno, y pensé que aquellos
relámpagos no eran reales. Resulta algo difícil de decir, pero creo
que describe todas mis impresiones. Era como si lo que veía fuese
más el simulacro de un relámpago que un fenómeno eléctrico. Por
supuesto que no pretendo usar esta palabra con su sentido técnico.
"De
repente, un extraño estremecimiento sacudió el navío de proa a
popa y desapareció tan rápidamente como había comenzado. Miré
hacia delante y hacia atrás y eché un vistazo a los cuatro hombres,
que me devolvieron la mirada con una especie de muda extrañeza en la
que había bastante miedo, pero sin hablar. Pasaron unos cinco
minutos sin que oyéramos otro sonido que el leve zumbido del aparato
ni viésemos nada más que el mudo restallar de los relámpagos, que
seguían cayendo uno tras otro sobre el navío, iluminando el mar que
lo rodeaba. Entonces ocurrió un suceso de lo más extraordinario. El
extraño estremecimiento recorrió nuevamente el barco, tan
rápidamente como había llegado, seguido de inmediato por una
especie de ondulación del navío, primero de proa a popa y después
de babor a estribor. No puedo expresar mejor lo extraño de aquel
movimiento, en medio de aquel mar terso como un espejo, al decir que
era como si un gigante invisible hubiese alzado en vilo nuestro barco
y lo hubiese zarandeado a su aire, como si jugase con él mientras lo
miraba lleno de curiosidad. Aquello duró al menos dos minutos por lo
que puedo recordar, y se terminó con un violento vaivén hacia
delante y hacia detrás, varias veces seguidas, tras lo cual volvió
un tremendo temblor y finalmente la calma.
"Transcurrió
una hora entera sin que observásemos nada nuevo excepto las dos
veces en que el barco recibió dos ligeras sacudidas: la segunda fue
seguida por una repetición de las curiosas ondulaciones, aunque más
benignas. Sin embargo, aquello sólo duró unos segundos, tras lo
cual se hizo de nuevo el anómalo y opresivo silencio de la noche,
resaltado de vez en cuando por los extraños relámpagos insonoros.
Durante todo el tiempo, hice lo que pude para estudiar el aspecto del
mar y de la atmósfera que rodeaban al barco. Una cosa era evidente:
el muro de tiniebla que nos rodeaba se había acercado al navío, de
forma que los relámpagos más brillantes sólo conseguían iluminar
a nuestro alrededor una superficie de un cuarto de milla
aproximadamente de radio y que, aunque la vista se perdía en sus
sombrías distancias, parecía insondable, de suerte que no había
manera de saber a ciencia cierta si en ella se ocultaba algo, ya que
nuestra visibilidad se veía limitada por algún fenómeno que nos
impedía ver el mar distante. ¿Comprendéis lo que quiero decir?
"Aquellos
relámpagos, extraños por lo silenciososo, aumentaron en intensidad
luminosa y en frecuencia. El fenómeno prosiguió hasta que se
convirtió en algo continuo, de modo que el mar de las proximidades
se veía iluminado de manera prácticamente ininterrumpida. Sin
embargo, el fulgor de los relámpagos no parecía tener poder alguno
para opacar por contraste el pálido resplandor de los tubos
luminosos que nos rodeaban en silencio. Sentí entonces una extraña
sensación de ahogo, ya que respirar me suponía un auténtico
suplicio. Aquello acabó transformándose en una tremenda angustia.
El capitán y los tres oficiales respiraban como si se ahogasen; el
débil zumbido del vibrador me llegaba como si viniese de lejos. Por
lo demás, reinaba un silencio tan grande que provocaba un agudo
dolor de cabeza no localizado y que ocupaba toda la bóveda del
cráneo. Los minutos pasaron lentamente. De repente vi algo. Había
unas cosas grises flotando en el aire alrededor del barco; pero eran
tan imprecisas y de apariencia tan vaga que al principio no estuve
seguro de si las había visto. Sin embargo momentos después no puse
en duda su existencia. Comenzaron a tomar cuerpo bajo el resplandor
constante de los silenciosos relámpagos y a oscurecerse, mientras
aumentaban visiblemente de tamaño.
"Durante
casi media hora, que pareció infinitamente más larga, vigilé
aquellas extrañas cosas que me recordaban pequeños montículos de
negrura, y que flotaban justamente sobre la superficie del agua,
moviéndose sin parar alrededor del navío, con un lento y periódico
movimiento circular que me producía al contemplarlo la impresión de
estar viendo un sueño. Sólo más tarde descubrí otra cosa.
Aquellos montículos imprecisos habían comenzado a oscilar mientras
se movían a nuestro alrededor. Al mismo tiempo fui consciente de que
el navío comenzaba a describir un movimiento oscilatorio similar, al
principio tan débil que no pude estar seguro de que nos movíamos.
El movimiento del barco fue en aumento. Primero se levantó la proa y
después la popa, como si se columpiase. Aquello cesó y el barco se
detuvo, después de emitir una serie de extrañas sacudidas, como si
recobrase paulatinamente su peso mientras se asentaba sobre las
aguas.
"Súbitamente,
los extraordinarios relámpagos cesaron y nos encontramos en medio de
una absoluta negrura, con la única luz para alumbrarnos del
pentáculo eléctrico que nos rodeaba y el débil zumbido del
vibrador, que parecía llegar de muy lejos. ¿Os lo imagináis? Allí,
los cinco, tensos y esperando, preguntándonos qué iba a suceder.
Bueno, pues, al principio, la cosa comenzó como si no fuese nada
grave..., una ligera sacudida a estribor, después otra a babor, y
una tercera de nuevo a babor. Así continuó de una manera casi
rítmica, con misteriosas pausas entre una y otra sacudida hasta que
comprendí que nos encontrábamos en tremendo peligro, ya que el
barco estaba a punto de zozobrar en medio del completo silencio y la
negrura total de la noche, por efecto de alguna Fuerza enorme.
"—¡Por
Dios, señor, pare eso! —oí decir al capitán, apresurado y
excitado
—. ¡Vamos a zozobrar en cualquier momento! ¡Vamos a zozobrar!
—. ¡Vamos a zozobrar en cualquier momento! ¡Vamos a zozobrar!
"Se
puso de rodillas y miró a su alrededor, intentando no moverse. Los
tres oficiales también se agarraban al suelo del puente con las
manos, para no deslizarse por él debido a los vaivenes del barco. En
aquel momento, éste sufrió otra nueva sacudida en una de sus
bandas, de suerte que el puente se levantó, tan vertical como una
pared. Entonces me lancé sobre el interruptor del vibrador y lo
desconecté. Instantáneamente disminuyó la pendiente del puente y
el barco se enderezó hasta una altura de varios pies, con una
tremenda sacudida. Aquel movimiento para recobrar el equilibrio fue
proseguido, aunque con amplitud decreciente, hasta que el barco
recobró su posición usual sobre las aguas.
"Mientras
iba adquiriendo su condición normal, observé una alteración en la
atmósfera que nos rodeaba, que parecía más cargada de tensión, y
oí un gran ruido a lo lejos, por la banda de estribor. Era el rugido
del viento. Un tremendo relámpago fue seguido por otros, con lo que
los truenos resonaron de continuo en nuestros oídos. El ruido del
viento a estribor se convirtió en un aullido estridente que parecía
caer hacia nosotros en medio de la noche. Cesaron los relámpagos, y
el sordo fragor del trueno acabó perdiéndose entre el ruido más
inmediato del viento, que ya estaba a menos de una milla de nosotros,
rugiendo y aullando de manera espantosa. Aquel aullido estridente
llegaba a nuestros oídos procedente de la oscuridad, venciendo a
cualquier otro sonido. Era como si toda la negrura de la noche se
convirtiese hacia aquel costado del buque en un vasto acantilado, en
donde repercutiesen, acrecentándose en intensidad, todo tipo de ecos
monstruosos. Sé que suena extraño, pero quizá pueda ayudaros a
comprender lo que sentí ante aquella cosa, ya que describe fielmente
mi estado de ánimo. Aquella cosa extraña, reverberante y al mismo
tiempo impalpable, que se cernía sobre nosotros en medio de la
noche, llenando con su estruendo el aire que nos rodeaba... ¿Os
hacéis una idea? Fue un momento extraordinario, que me hizo
preguntarme si no habríamos ido a parar, sin enterarnos, cerca de
los acantilados de algún monstruoso mundo perdido.
"Instantes
después, el viento se desplomó sobre nosotros, ensordeciéndonos
con su estruendo y su furia. Estábamos sofocados y medio
desvanecidos. El barco se inclinó a babor, debido simplemente al
empuje del viento sobre sus desnudos mástiles y costados. La noche
parecía un puro aullido y el agua espumeante rugía y caía a
toneladas sobre nosotros. Jamás había visto nada como aquello. Los
cinco estábamos tirados en el suelo de la toldilla de popa,
intentando agarrarnos a lo que pudiéramos, mientras el pentáculo se
hacía añicos, con lo que nos quedamos en la más completa
oscuridad. La violenta tempestad había llegado hasta nosotros. Por
la mañana la tempestad amainó, y por la tarde ya estábamos
bogando, impulsados por una fina brisa; las bombas tuvieron que
funcionar sin interrupción, porque teníamos una vía de agua
bastante fea; resultó ser tan seria que, dos días después, tuvimos
que embarcarnos en los botes de salvamento. Sin embargo, aquella
misma noche fuimos localizados y salvados, con lo que pasamos poco
tiempo en ellos. En lo que se refiere Jarvee, ahora reposa tranquilo
en el fondo del Atlántico, donde mejor será que se quede para
siempre".
Carnacki
dejó de hablar y dio unos golpecitos en su pipa.
—¡Pero
te has dejado sin explicarnos muchas cosas! —exclamé, un tanto
irritado—. ¿Qué le pasaba al Jarvee? ¿Qué le hacía ser tan
diferente de los demás barcos? ¿Por qué se dirigían hacia él
esas sombras y esas cosas? ¿Qué piensas de todo ello?
—Bueno
—replicó Carnacki—. En mi opinión, era un foco. Es un término
técnico que, aplicado a su caso, vendría a decir que el barco
poseía una cierta «vibración atractiva» que le permitía atraer
hacia sí las ondas psíquicas de las proximidades, lo mismo que si
fuese un médium. Cómo pudo adquirir esa «vibración», por
utilizar nuevamente el termino técnico, es algo que sólo puedo
suponer. Supongo que la habría ido desarrollando a lo largo de los
años, como resultado de un conjunto de condiciones que pudieron
darse en él (o ser emitidas por él, quizá sea más exacto), desde
el mismo día en que se montó su quilla. Quiero decir que todo pudo
depender de la manera de ser armado, de las condiciones atmosféricas,
de las «tensiones eléctricas», de los mismísimos martillazos que
se dieron en su construcción, y de la combinación fortuita de los
materiales necesarios para la misma... Todo ello pudo haber creado
sus características peculiares. Y esto por hablar sólo de lo
conocido, ya que lo desconocido es tan amplio que sería vano
especular sobre ello en el marco de una narración tan corta. Me
gustaría recordaros una de mis ideas: que algunas formas de lo que
suele llamarse «embrujamiento» pueden ser originadas por
«vibraciones atractivas». Un edificio o un barco, como el de mi
historia, pueden generar «vibraciones»; y al igual que ciertos
materiales, si se dan las condiciones requeridas, pueden desarrollar
una corriente eléctrica. Decir más acerca de esta cuestión en una
charla como la que ahora tenemos no tendría sentido. Me siento más
inclinado a recordaros lo que le sucede a la copa que vibra cuando el
piano emite una determinada nota, y acallar todas vuestras incómodas
preguntas con otra que aún sigue sin contestar: ¿qué es la
electricidad? Cuando seamos capaces de contestarla, entonces ya será
hora de dar el siguiente paso y de comportarnos de forma más
dogmática. Mientras tanto, no haremos más que especular acerca de
las costas de un extraño país, lleno de misterio. En este caso,
pienso que el mejor paso que ahora podéis dar ha de ser el que os
conduzca a casa y a la cama.
Y
con tan elegante conclusión y con sus maneras siempre cordiales,
Carnacki nos acompañó a la salida, ante el silencio del Embankment,
deseándonos cordialmente las buenas noches.
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