El Llano del Diablo




Nos ubicamos en Jardínes del Pedregal, actualmente zona residencial, también conocida como el Pedregal o el Pedregal de San Ángel. Las deslumbrantes residencias imponen asombro a los visitantes que recorren el lugar. Nadie imaginaría que en el siglo XVII Jardines del Pedregal era un llano solitario, donde las alimañas abundaban y la delincuencia estaba al orden del día. Pocas eran las personas que se atrevían a recorrer el lugar, excepto si era por necesidad. 
  Las ramas secas, la tierra fangosa y el constante sisear de las serpientes y el canto de las lechuzas alertaban a los intrusos que formaban parte del decadente panorama. En las noches, especialmente cuando la luna se oculta detrás de negros nubarrones, como si también temiese lo que acecha en el llano. No es para tanto al saber que entre la niebla que se desprende de la tierra maldita, el cabagar de una bestia bajo la escasa luz lunar revela la imagen de un jinete montado. Su rostro es un misterio, pues los temerosos testigos sólo vislumbran a un jinete recorrer a una tremenda velocidad y el violento golpe de los cascos sobre las piedras. Una macabra carcajada emite el jinete protegido por las sombras. A causa de esto, los indígenas que habitaban alrededor del llano nombraron el lugar como el Llano del Diablo. 
  Durante la conquista de América, los soldados exploraron territorios y buscaban riquezas escondidas, y precisamente el grupo de soldados liderados por Don Álvaro Núñez de Cigüenza llegaron al solitario llano, sin saber lo que les aguardaba en las agrestes tierras. La tarde cayó, y guiados por la escasa luz de la luna, recorrieron a campo abierto, la ambición de encontrar oro y otras riquezas menguó el temor de entrar al llano. Pero era más la decepción de no encontrar nada de valor, excepto víboras y animales carroñeros husmeando desde sus madrigueras.
  Bastó un momento en que los caballos se agitaron atemorizados ante una invisible fuerza. Los soldados intentaron tranquilizarlos, incluso los golpeaban con sus botas, pero fue en vano. No se supo en qué momento sucedió cuando Don Álvaro y sus soldados vislumbraron una fugaz figura montada en un brioso caballo negro que se confundía en la noche. La grotesca figura sin forma humana dirigía el caballo. A causa de la oscuridad, Don Álvaro y sus hombres no discernieron con precisión al jinete, al tiempo que unas dantescas carcajadas invadieron el ambiente, provocando escalofríos en los presentes. Las estruendosas risas retumbaban con maligno eco.
 En un momento, los soldados creyeron que habían perdido de vista al jinete, pero la calma se interrumpió en cuestión de segundos cuando de nuevo se manifestó, rodeándolos.
   Don Álvaro, atemorizado, ordenó a sus soldados atacar, sin embargo era imposible, no sólo por la oscuridad, sino por la velocidad del jinete. Los soldados sólo distinguían a una silueta moverse en círculos, mientras el caballo relinchaba de manera aterradora. Entre los equinos alterados y los nervios hecho pedazos, Don Álvaro y sus soldados escaparon sin rumbo fijo, sólo querían alejarse del satánico jinete y sus carcajadas que los perseguía a sus espaldas.
    Llegaron a pequeña aldea, los habitantes los recibieron una mirada de recelo y desconfianza.
  Don Álvaro entró, en compañía de sus soldados, a una posada atendida por un indígena evangelizado. Al verlos pálidos como hojas de papel, el posadero procedió ofrecerles bebidas, sólo así los hombres se tranquilizaron. Don Álvaro fue quien rompió el silencio entre los pocos clientes y su gente. Preguntó quién o qué era la criatura que acechaba en el llano.
  "El mismo Diablo" respondió el posadero. Y he aquí la siguiente leyenda:
  Cuando arribaron los primeros españoles a tierras americanas y se asentaron, uno de ellos era el despreciable viejo Don Camilo de Gauza, acompañado de su única hija Doña Marina de Gauza, joven de dieciséis años apesadumbrada por la terrible sombra de su padre, de quien se rumoreaba que tenía pacto con el Diablo, que le procuraba bienes materiales y riquezas.
  Se decía que el viejo Don Camilo que eligió construir su hogar en el solitario llano, lejos de los vecinos y de Dios para rendir culto al Demonio. Algunos ignorantes campesinos, que tuvieron el descuido de penetrar en sus terrenos, fueron testigos de los macabros aquelarres que ahí se llevaban a cabo. Encuentros de brujas con demonios sosteniendo siniestras uniones, mientras Don Camilo contemplaba gozoso la infernal orgía. Nadie más quería atreverse a entrar a los terrenos de Don Camilo.
  La joven hija soportaba los aquelarres y prefería no participar, y menos involucrarse en los pasos de su padre. Portaba consigo, y con mucha fe, un crucifijo obsequio de su fallecida madre. Lo escondía en sus ropajes, evitando que su padre lo viera y lo pudiera arrebatar.
  En una de las infernales reuniones, el mismo Lucifer apareció. Solicitó la presencia de Don Camilo que, ni tardo ni perezoso, acudió con su padrino. Éste exclamó que anhelaba a su hija, desposarse con ella. Al ser Doña Marina una joven pura y virgen, eso provocaba la atención del demonio en ella, pero no podía acercarse lo suficiente, ya que la fe de ella era un obstáculo. Para poseerla debería unirse a él y obligarla a renunciar a su fe.
  Don Camilo se guardó sus protestas y la blasfema unión debía llevarse a cabo lo antes posible. El hombre obligó a su hija portar un vestido negro, como si se tratara de un funeral.
  Desconociendo las verdaderas intenciones de su padre, la joven no tuvo más remedio que seguir sus indicaciones.
  Sin saber el padre de Doña Marina, ella guardó su crucifijo. La condujo hacia las entrañas envuelta en una misteriosa niebla. Los esperaba un círculo conformado de antorchas. A mitad de un altar de piedra se hallaba un macho cabrío. Desconcertada, Doña Marina no se atrevió a preguntar qué sucedía, aunque intuía tenía relación con los perversos aquelarres organizados por su padre.
  El maldito viejo invocó a su amo, apareció justo a un lado del macho cabrío.
  Sin saber cómo, Doña Marina se vio rodeada por brujas, le sería imposible escapar. Su corazón por poco se detenía cuando la Bestia, con rasgos de macho cabrío y hombre, se acercó a ella, lista para realizar la infame unión. En aquel momento Doña Marina creyó verse perdida, y pronto recordó el crucifijo y lo alzó ante el Maligno. Éste retrocedió aterrorizado, aborreciendo la cruz, pero especialmente la fe de la joven. También alzó la cruz ante las brujas que retrocedieron.
   Doña Marina consiguió huir hasta su mansión, detrás de ella estaban las brujas dispuestas a entregarla a su amo. La joven logró montar en uno de los equinos y escapar del llano del diablo, se alejó de la vista de sus mortales enemigos.
   A consecuencia de la promesa incumplida, Don Camilo fue castigado en la ceremonia, sirvió de sacrificio.
   Doña Marina logró escapar, y de ella no se supo más, aunque algunos mencionan que se internó en un convento como novicia, mientras que otros aseguran que regresó a España. De su paradero no se sabe más. Mientras que en el llano aparece la Bestia en busca de su prometida, y a veces se aparece a los ingenuos transeúntes, los ahuyenta hasta encontrar a la joven. 

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