Durante
mucho tiempo se le llamó a la calle de la Igualdad, “Callejón del
Manco”. El vulgo lo bautizó así debido a un espantoso suceso
ocurrido ahí, esta leyenda conserva está la fecha, la sabrosura y
el misterio de aquel siglo.
Toda
historia debe tener su principio y su final, comencemos aquí en la
iglesia de la Profesa, que si no la conoces, podrás leerla en
publicaciones anteriores toda su historia. Retrocedamos hasta el
siglo XVIII, época en que ocurrió este suceso. Cuentan las viejas
crónicas que en ese tiempo vivió el capitán llamado Diego Ginés,
cuya vida licenciosa no respetaba santos, lugares, linajes; y esto
uno vez más lo demuestra durante una misa cuando una respetable
mujer casada es requerida de amores por aquel caballero; la dama y la
azafata que la acompañaban se retiran del osado capitán muy
indignadas por aquel atrevimiento, pero el caballero aguarda hasta
terminar la misa y entonces se le interpone sin recato ni respeto
alguno echándose a sus pies.
Del
templo que no respetará, salió don Diego, y en la taberna, al igual
que en las lides amorosas, tenía gran suerte; sus contrincantes
derrotados luego no le podían pagar con moneda pero si de otra
forma… si el capitán no tenía escrúpulos, los jugadores que se
lo ofrecían, mucho menos; como uno de ellos que al perder una
apuesta le entregara al día siguiente a su bellísima hermana; y así
el carruaje en que iban partió velozmente hasta aquel nido de amor,
en que la deuda sería saldada.
Pero
esto fue poco, comparado con la otra gran aventura que tuvo don Diego
Gines, cuando fija sus ojos en un convento; con su plan perfectamente
trazado entra en acción tocando la puerta del santo lugar y acto
seguido una rugosa mano emerge de entre la puerta semicerrada, don
Diego le ofrece una bolsita de oro a cambio de que lo deje llevarse a
una de las monjas por la que andaba locamente enamorado. Con la ayuda
de la monja vieja, tentada de pecado y de codicia, se lleva a la
novicia; y como el viejo drama del tenorio, que esta leyenda pudo
inspirar, el capitán llevó a la religiosa a un romántico lugar,
pero para su sorpresa la mujer se quita la vida por amor a Cristo.
Aquel
lance fue uno más de la vida licenciosa del capitán Diego Ginés,
pues no habían pasado tres días, cuando ya estaba de nuevo
enamorando a doncellas viudas y damas casadas; una tras otra, como si
fuesen flores de un jardín privado, don Diego iba en pos de las
mujeres… incluyendo las casadas, que lo maridos defiendo el honor
de sus mujeres, se batían en duelo chocando prestos sus aceros con
aquel seductor empedernido.
Pero
de repente algo cambia en el capitán, pues pasan varios meses y a la
taberna “El Ciervo”, entra cuitado, en un rincón alejado, se
sienta y ante una mesa, queda en silencio, callado: mal de amores,
por extraño que parezca. Aquella dama que lo traía por la calle de
la amargura llevaba por nombre Inés, mujer de gran hermosura; y a
todo caballero o plebeyo que pasara por la casa de la dama, lo
sometía a interrogatorio sobre su vínculo con ella, hasta que un
día se topó con el que habría de ser el futuro marido, y por más
loco que parezca, le deja el camino libre al capitán.
Y
como dice el dicho, cuando la limosna es grande hasta el santo
desconfía, don Diego fue a cerciorarse de que aquel hombre no mentía
indagando por toda la vecindad, pero entre más averiguaba, aquella
mujer más mentía, y sin saber de esta situación el antes seductor
se compromete en matrimonio con Inés.
Poco
antes de la boda el capitán, loco de amor, recibió una nota con una
llave que lo hizo ponerse frenético de ira: el contenido de esta le
decía que por la alcoba de Inés habían pasado ya varios hombres.
Acto seguido Ginés sale a la calle como una sombra que se desliza en
la oscuridad.
Con
esa llave va a la casa citada en la nota y abre la puerta,
encontrando un salón sumido en la penumbra, y con una vela lee las
instrucciones siguiéndolas al pie de la letra, la cual le dice que
se queda agazapado el osado capitán, que se muerde de rabia la ver a
su adorada entrando a la alcoba en brazos de un apuesto mancebo, se
besan y se acarician sin temores, sin recato, pues Inés está segura
de que no hay nadie en la habitación e impotente el capitán escucha cómo su amada se refiere de manera despectiva hacia él.
Desistió
de matar a la infiel y su amante, y entre besos y suspiros de la casa
aquella se alejó; furioso y ciego de celos pensando en la venganza
don Diego llega a su casa y de pronto, sus ojos negros miraron una
espada, acto seguido toma la hoja cortante, fuerte en su mano
siniestra dispuesto a asestar un golpe, y de repente estalla un grito
horroroso que nadie escucha en la noche, afuera en la calle escueta,
pincela de rojas notas el farol de la hornacina.
Tres
días y noches después va a celebrarse la boda del capitán y María
Inés; ella oculta su pecado con la albura del tocado y el regio
traje de novia, y llega el caballero elegante y ataviado con
terciopelo y brocado, ¡trae en la mano un regalo! Hay emoción y
alegría, la boda va a comenzar, pero de pronto el soldado con el
talante muy fiero grita fuerte en el altar sobre su juramento de
ofrecerle su mano, y ante el terror del cura, Inés y la tía, su
mano mutilada arroja a los pies; hay gritos y desmayos, y ante el
asombro de todos, el capitán sale del templo burlándose a
carcajadas y agitando el brazo sin mano, como despidiéndose de la
gente.
El
cura mandó a la autoridad a enterrar la mano en un frasco con
aguardiente en el atrio de la iglesia de la Soledad. Diego Ginés
vivió todavía muchos años en una casa de las calles de la
Igualdad, y por eso el vulgo le puso el nombre de "El callejón
del Manco".
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