La creencia en seres inhóspitos o deidades que ejercían influencia en el comportamiento en los hombres, se extendía a través de sus ritos, ofrendas y adoraciones, a la vez que era muy amplia. Con la llegada de los españoles, y la respectiva conquista sobre tierras indígenas, provocó que la creencia de muchos de estos seres se erradicara. Sólo algunos sobrevivieron por medio de redacción de documentos y traducciones de figuras (de las que también alcanzaron a sobrevivir).
De las obras que se lograron rescatar, existe un glifo que tiene un dibujo, bajo relieve, sobre una criatura de aspecto singular. La placa fue encontrada en Tepoztlán al sur de México. Los informantes del Fray Bernardino de Sahagún, fray que hacía misiones de evangelización y trabajos de etnografía así como también traducciones del nahuatl al castellano, describieron a esta criatura de la siguiente forma:
"Es tamaño como un perrillo, tiene el pelo lezne y pequeño, tiene las orejitas pequeñas y puntiagudas, tiene en cuerpo negro y muy liso, tiene la cola larga y en el cabo una como mano de persona; tiene pies y manos, y las manos y pies como de mona; habita este animal en los profundos manantiales de las aguas".
La curiosa experiencia se describe en el libro "Historia General de las cosas de Nueva España". De esta manera se logra rescatar la creencia de la existencia de una criatura sobrenatural en el período prehispánico. Su nombre corresponde a Ahuítzotl, traducido como "espinoso de las aguas", de acuerdo a la traducción propuesta por el historiador Enrique Vela, aunque también se le conoce como "Perro del agua".
Ahuítzotl también era el nombre de un líder religioso y gobernante, que ayudó a Tenochtitlán a la recuperación. Estableció un canal de agua para aprovechar los manantiales de Coyoacán y conectarlos a Tenochtitlán, construcción mal planeada que le costó la vida. No obstante, en los grabados del Códice Medoncino, aparece la figura del gobernante y arriba, por encima de su cabeza, aparece grabada una criatura con los rasgos similares al perro del agua.
Hay otro planteamiento de la leyenda, se sugiere que el Ahuítzotl en realidad es un depredador enviado de los dioses para llevarles el sacrificio humano. Las víctimas eran elegidas de acuerdo a los designios establecidos. La víctima era engañada con la voz de un bebé en los manantiales. Cuando se aproximaba, la criatura surgía del agua, como un cazador en espera de su presa, y lo tomaba por la mano de la cola y ambos se sumergían a las profundidades. El Ahuítzotl se adentraba a las cuevas acuáticas y ahí se encargaba de arrancar los ojos de su presa. Cuando el cuerpo surgía flotando, sólo los sacerdotes tenían acceso a tocar el cuerpo.
De esta forma la figura del Ahuítzotl suponía temor pero también un respeto para las aguas de los manantiales.
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