El callejón del Manco



Quién diría que el amor pudiera convertirse en una terrible obsesión, y transgredir los límites de la cordura, y como un ejemplo de ello está la siguiente leyenda que tiene su origen en el siglo XVIII. En la Nueva España, aparece el capitán Diego Gines, un hombre sin escrúpulos que sólo tiene en mente conquistar a cuanta mujer, pero con una peculiaridad, tendría que llamarse Inés, era esta insólita condición que formaría el ingrediente para esta leyenda.
   La iglesia no era ningún impedimento para que este Don Juan busque a su obsesión transformada en una mujer llamada Inés. Entraba y seducía a las damas, sin importar si estuvieran desposadas con nobles caballeros. Para algunas era imposible intentar resistirse a los encantos del capitán, además la gallardía, sumada a un físico seductor, provocaba temblores en los corazones de ellas, pero ante los ojos de Dios en una iglesia era entregarse a manos del mismo Demonio.
   El temor infundía a otras en alejarse e ignorar al capitán, pero eso no era ningún impedimento para él. Estaba dispuesto a encontrar a su amada, a la mujer que cada noche robaba sus sueños y suspiros.
   Sus enloquecidos ojos se clavaban en las jóvenes de nombre Inés, y de inmediato caía rendido a sus pies y tomaba sus manos, y deslizar sus labios en sus dorsos:
   "Mi dulce Inés, el fuego me consume" recitaba como si fuera un poema de cada día en los rostros que expresaban incertidumbre pero también un poco de compasión ante tal gallardo hombre. 
    Posteriormente acudía a las tabernas, y proclamaba a cuanta mujer que se ha entregado a él, y algunos admiraban las anécdotas como si fueran proezas. Entre bebidas alcohólicas, risas y apuestas, el Capitán Diego Gines apostaba por el amor de una Inés, y en efecto ganó en un juego en donde una joven damisela de nombre Inés fue el premio. Ultrajada por el capitán fue una flor que se marchitó en aquella apuesta y también el tema de una taberna, para ser sólo el rumor de un hombre obsesionado. 
   No conforme, el Capitán Diego Gines había corrompido a una joven novicia. Sucedió que el blasfemo había sobornado a la madre superiora para citar a una novicia de nombre Inés. La joven profería gritos ante aquel ultraje y sin poder defenderse del cobarde Capitán que la transportaba en brazos y la sacaba del convento. En el carruaje de nuevo el Capitán repetía su proclamación de amor, para después obligar a la mujer desposada con Dios a entregarse a unos labios reales. 
   Había desafiado a Dios al obligar a la joven novicia a entregarse a sus brazos. Y aún no estaba conforme. Inés retumbaba en sus pensamientos, no importaba a cuántas mujeres de nombre Inés sedujera u sometiera a sus más bajas pasiones. Hasta que en su camino se atravesó una joven, no sólo correspondía al nombre de su obsesión, también era poseedora de una increíble belleza, a lo que se propuso obtenerla. Sin embargo había un impedimento, aquella joven era objeto de habladurías, se decía que era amante de Don Marcos, un caballero que cada noche visitaba a la joven. 
   Decidió investigar si los rumores eran ciertos o sólo eso, rumores, pero cada vecino de la hermosa residencia confirmaba los amoríos de la mujer. El Capitán Diego se resistía a la verdad y aún así se atrevió a buscar a la mujer. Ella correspondió a sus amoríos, y al ver que era una de las pocas mujeres que no se atrevían a resistirse, pensó que al fin había hallado al amor de su vida. Se entregaría a cuerpo y alma aquella Inés que, sin saberlo, ella estaba en manos de otro hombre. 
    Diego Gines se le declaró y pidió esposarse a la joven que confirmó la idea de unirse ante los ojos de Dios. Don Diego juró entregar su mano en una iglesia. Pero debía cerciorarse de que los rumores sobre el amante fueran falsos, así que decidió ocultarse en la residencia de la joven Inés. Sus temores se volvieron realidad, comprobó que aquella dama que había estado en sus brazos y había solicitado unirse a Dios en sagrado matrimonio, también estaba en brazos de otro hombre que correspondía al nombre de Don Marcos. 
   Envilecido por la traición de la joven Inés, el Capitán Diego regresó a su casa, había desenvainado una filosa espada y lanzó la conjura de cumplir su promesa de asistir a la celebración de la boda y entregarse...
    Al fin llegó el día de la unión, y la gente de la Nueva España se había reunido para atestiguar el fin del Don Juan que había conseguido por fin un amor, lo que significaba que dejaría en paz al resto de las mujeres. 
   La novia apareció con un blanquísimo vestido blanco, de gala y con un amplio velo que permitía ver sus fina y bellas facciones. Todos voltearon a verla, igual que al caballero Don Diego, con su uniforme de batalla y cargaba un cojín cubierto por un paño. Todos pensaron que cargaba con el anillo. Todos, incluso ella. Al momento de tener que confirmar sus votos, el Capitán Don Diego extendió el cojín encubierto hacia la novia. Todos esperaban el momento de revelar el anillo, y ella, con ojos de ambición, esperaba encontrar una auténtica joya que adornará su narcisismo. Pero ese momento de alegría y ambición se transformaron en un horror y la joven gritó antes de desmayarse. Sobre el cojín, se hallaba la evidencia de lo que debía entregar Don Diego: su mano.
   Ignorando la sorpresa de los asistentes, Don Diego se marchó y reía sardónico y enseñó a todos su muñón.
   La mano mutilada había sido guardada en un frasco y permaneció guardada en la Iglesia de la Soledad, escenario de aquella leyenda y para no olvidar aquel acontecimiento se nombró "El Callejón del Manco".


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