El Fantasma de la Monja del Convento de la Concepción



Entre las calles de Primera República de Cuba, Perú y Calle del 57, la noche cae de forma pesada en los rincones de este amplio escenario, y cuando la oscuridad alcanza a los transeúntes prefieren eludir este lugar. El miedo les impide acercarse en especial cuando se manifiesta una monja. Aquellos que ignoran la leyenda, son invadidos por una escalofriante sensación en todo el cuerpo cuando ven aproximarse a una monja con la cabeza inclinada e impide ver su rostro, y pobre de aquel que se atreva a acercarse y descubrirla, pues se trata, en realidad, de una calavera.
   No falta el desdichado que huye aterrorizado ante la endiablada aparición. Muchos se persignan y solo esperan el momento ideal para aquella ánima pueda reunirse al Más Allá, pues sus apariciones se prolongan desde el siglo XVI, y su leyenda tiene relación con el Convento de la Concepción que se halla en las calles mencionadas. 
   El fantasma corresponde a una joven monja que decidió violar sus votos con Dios para buscar a su amado, aunque fue ignorada por Dios acudió con el mismo Demonio que la ayudaría... 
   Doña María de Alvarado era el nombre de la joven monja, una mujer que fue recluida en el Convento de la Concepción en contra de su voluntad. Es aquí donde iniciamos la leyenda del Fantasma del Convento de la Concepción. 
   Proveniente de una familia de abolengo que se estableció en la Nueva España, la joven María era devota a su religión, y también era poseedora de una belleza radiante, capaz de capturar la mirada de los hombres que anhelaban tenerla en sus brazos, pero a ninguno correspondía y es cuando surgieron los rumores de que ella solo tenía ojos para un hombre que tenía su corazón. Arrutia era el nombre del caballero que había enamorado a la joven, sin embargo Arrutia no pertenecía a ninguna clase noble, al contrario, habitaba en los barrios más bajos y pobres de la Nueva España. Situación que fue la atención de los hermanos Juan y Fernando de Alvarado, que terriblemente celosos decidieron actuar para impedir el amorío, pues ningún rufián de baja calaña debería tener a su hermana. 
   Interrogaron a todo sujeto que pudiera tener relación con Arrutia, y al no obtener una respuesta en concreto optaron por vigilar a su hermana. En punto de las ocho de la noche, fueron testigos de cómo un hombre mestizo se aproximaba al balcón de María y ella correspondía con besos y abrazos. 
   La ira se posesionó de los hermanos Alvarado y siguieron al joven hasta acorralarlo y exigir que abandonara aquella relación. Reacio a dejar a Doña María, Juan y Fernando ofrecieron dinero para dejar la Nueva España y tener una vida lejos de su amada. 
   Corrompido por la codicia, el joven aceptó el trato pero tenía planeado usar el dinero para invertir en un negocio en la capital de España y volver como un noble a América, y así conquistar a Doña María. El joven partió del país, mientras tanto Doña María había recibido una carta donde se explicaba que Arrutia había dejado América. 
   Con el corazón hecho añicos, se dejó convencer por sus hermanos para ser enamorada por algún noble caballero, pero su alma y su amor seguía atada a los recuerdos de Arrutia y era difícil abandonar una vieja pasión. 
   Los hermanos, al ver que María no aceptaba a ningún otro hombre, la obligaron a convertirse en monja, y el lugar ideal era el Convento de la Concepción. A cambio de unas monedas, la Hermana Superior aceptó a la joven y pronto aquella codiciada belleza se marchitó como pétalos de una rosa. Su larga caballera fue cortada, su cuerpo esbelto y atractivo permanecía oculto bajo los hábitos. 
   Los castigos eran severos cuando ella intentaba huir. 
   Doña María oraba todas las noches para que su amado Arrutia regresará a ella y pudiera unirse, aunque tuviera que desobedecer a sus votos religiosos. Hasta que una noche, cansada de ser ignorada por Dios y los santos, recorrió a Luzbel para ser escuchada. La luna llena iluminaba en todo su esplendor en el patio del convento. Cerca de un enorme árbol, la monja conjuró al Demonio. Aquella macabra noche, las monjas refieren haberse inquietado por un terrible aroma a azufre. 
   El Demonio apareció en el patio, cerca del árbol. Indicó que la única forma de reunirse con la persona que amaba, era con la muerte. Le entregó una soga y usarla para tal siniestro propósito. La monja aceptó la orden, y ató la soga en la rama y el otro extremo lo colocó alrededor de su cuello. 
   Fue en el día siguiente, las monjas se horrorizaron al encontrar el cuerpo sin vida de Doña María, balancearse debajo de la rama. Al tiempo que un joven Arrutia, quien había regresado a la Nueva España para establecer su negocio y buscar a su amada, visitaba el Convento de la Concepción y preguntó por la hermana María de Alvarado. Preguntó a la Hermana Superior y fue ella quien dio la lamentable noticia de la muerte de la joven. Él no pudo creerlo, él relató que la noche anterior María lo visitó hasta el cuarto donde se había hospedado, y después ella desapareció. Una vez más, la Hermana Superiora confirmó el hecho tan trágico, y mostró el cuerpo en un féretro. 
   El joven no lo soportó y murió de un infarto. 
   Doña María había sido sepultada en el patio del Convento, ya que al ser suicidio su cuerpo no podía estar en tierra santa. Sin embargo, una tormenta se desató en la ciudad provocando inundaciones en varias partes de la ciudad. El convento sufrió estragos y en el patio el ataúd había sido expulsado, como si la misma tierra no la quisiera, y el cuerpo desapareció en la inundación. Desde entonces el espectro de la monja recorre los alrededores del convento, aterrorizando a más de uno por las noches. 

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