La calle 5 de febrero fue escenario de una espectacular leyenda, pero igual de escalofriante y es que resulta que en el siglo XVII en una puerta de madera, lo que corresponde a un caserón, aparecía un brazalete de oro, con incrustaciones de joyas finas, clavado con una daga. Ay de aquel que tuviera la osadía de arrebatar el brazalete porque una terrible sorpresa esperaba al desdichado, ya que sus manos estaban manchadas de sangre. Otros intentaban arrebatar la joya sin importar mancharse de la misteriosa sangre, sin embargo la mano permanecía inmóvil, como si una mano invisible ejerciera presión. No faltaba quien acusara el insólito suceso como una trampa del demonio.
La calle fue conocida como "La Calle de la Joya" y es precisamente por aquel brazalete de oro que muy pocos saben su terrible origen, una leyenda de amor, traición y muerte.
Todo inició cuando a la Nueva España llegó el matrimonio Don Gaspar y Doña Violante, esta última era una mujer poseedora de un extraordinaria belleza pero permanecía en cautiverio en los muros, envueltos de cardones y rosas colocadas por el mismo marido, de su propia casa. Su hogar era una prisión, y su vida era comparada como la de sus aves: hermosas pero encerradas en jaulas. La locura de Don Gaspar era tan grande que desconfiaba de su misma esposa a quien tenía en aquellas condiciones, además era un hombre más grande de edad que ella aunque también su fisonomía conservaba su juvenil gallardía.
Los habitantes de la Nueva España se desconcertaban al no conocer a la esposa de Don Gaspar, algunos hombres pensaban que era una mujer con pocos tributos de bellez, mientras que otro atinaban a decir que era de una belleza insólita pero Don Gaspar no se arriesgaba a exponerla, como a sus rosas en su casa.
Hasta que un día, en plena marcha pasó delante de la casa del matrimonio el ejército liderado por el capitán Diego Fajardo. Era un apuesto y varonil sujeto que había roto muchos corazones, pero su vida de galante terminaría cuando su corazón descubrió en la ventana principal a la dueña de sus ojos, Doña Violante. Se resistía a creer que una mujer de una celestial belleza estuviera aislada de todos, y en especial de él.
No había mañana y tarde en la que pasaba por la casa, y procuraba ver a Doña Violante en alguna ventana, pero el marido mantenía las ventanas cubiertas con pesadas cortinas. Esperaba a que Don Gaspar se retirara para proseguir con su labor hasta que decidió romper su rutina. Aguardó, una vez más, a que el marido se retirara y acudió con la vieja mulata que servía de criada en la casa; bastó unos doblones de oro para dejarlo pasar y conocer en persona al ángel que robaba sus suspiros.
Fue una sorpresa de gran magnitud lo que se llevó la joven Violante al descubrir en el recibidor al gallardo capitán. Éste, de inmediato, se lanzó a sus pies y proclamaba dulces versos para la dama que reaccionó atemorizada ante tal acto, y simultáneamente sintió algo que jamás había vivido con Don Gaspar, y eso era lo que temía. Don Gaspar podría descubrirla y su vida desaparecer en un instante. Replicó las súplicas del capitán que trataba de convencerla de una aventura, y lo expulsó de su casa. No debía permitir que Don Diego volviera a entrar a su casa y mancillar su matrimonio.
Pero el capitán no se rendiría, y si los versos y poemas no la convencían lo haría el dinero. Consiguió el brazalete por el que muchas mujeres desearían y de nueva cuenta corrompió a la mulata para dejarlo entrar a la mansión mientras Don Gaspar había salido. Una vez más fue rechazado por la dama que amenazó con enterrarse un puñal si se acercaba el capitán. Don Diego no tuvo más remedio que retirarse no sin antes entregarle el brazalete.
Sin embargo ninguno de los dos se percató de Don Gaspar, que en realidad no se había ido, permanecía oculto y decidió ver con sus propios ojos y de inmediato la locura lo poseyó. Abordó salvajemente a Doña Violante, le arrebató el brazalete y el puñal con el que iba a matarse. Usó el arma para enterrarlo en el pecho de la dama y siguió apuñalando hasta que finalmente dejó de respirar.
Energúmeno, el despechado hombre se retiró del palacete y se encaminó a la mansión del capitán Don Diego. Con la misma daga que asesinó a su esposa la enterró en la puerta de madera junto con el brazalete. Cuando la calma apareció por fin, Don Gaspar no soportó el dolor de su crimen y cayó fulminado de un infarto.
El capitán descubrió el brazalete enterrado en su puerta y de inmediato supo que la mujer a la que tanto había deseado pereció de forma fatídica y mas cuando vio los rastros de sangre en la joya. Arrepentido por haber causado una desgracia optó por entregarse cuerpo y alma a la devoción divina en un monasterio, clamando perdón a Dios.
Antes de enclaustrarse, el capitán Don Diego ordenó a sus hombres que por ningún motivo se debería el brazalete de la puerta, quedaría como recordatorio del tormento provocado por sus deseos pasionales. Y en efecto, la joya quedó enterrada en la puerta principal de la casa de Don Diego Fajardo, hombre que causó un crimen pasional. Todos los incautos que han intentado extraer la joya se aterrorizan al contemplar manchas de sangre cuando la tocan o sienten que una mano invisible les impide tomarla. Por lo que muchos evitaban pasar por aquella calle nombrada como "La calle de la joya".
Sin embargo ninguno de los dos se percató de Don Gaspar, que en realidad no se había ido, permanecía oculto y decidió ver con sus propios ojos y de inmediato la locura lo poseyó. Abordó salvajemente a Doña Violante, le arrebató el brazalete y el puñal con el que iba a matarse. Usó el arma para enterrarlo en el pecho de la dama y siguió apuñalando hasta que finalmente dejó de respirar.
Energúmeno, el despechado hombre se retiró del palacete y se encaminó a la mansión del capitán Don Diego. Con la misma daga que asesinó a su esposa la enterró en la puerta de madera junto con el brazalete. Cuando la calma apareció por fin, Don Gaspar no soportó el dolor de su crimen y cayó fulminado de un infarto.
El capitán descubrió el brazalete enterrado en su puerta y de inmediato supo que la mujer a la que tanto había deseado pereció de forma fatídica y mas cuando vio los rastros de sangre en la joya. Arrepentido por haber causado una desgracia optó por entregarse cuerpo y alma a la devoción divina en un monasterio, clamando perdón a Dios.
Antes de enclaustrarse, el capitán Don Diego ordenó a sus hombres que por ningún motivo se debería el brazalete de la puerta, quedaría como recordatorio del tormento provocado por sus deseos pasionales. Y en efecto, la joya quedó enterrada en la puerta principal de la casa de Don Diego Fajardo, hombre que causó un crimen pasional. Todos los incautos que han intentado extraer la joya se aterrorizan al contemplar manchas de sangre cuando la tocan o sienten que una mano invisible les impide tomarla. Por lo que muchos evitaban pasar por aquella calle nombrada como "La calle de la joya".
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