La leyenda del Señor del Rebozo




En el siglo XVI se encontraba sobre la plaza de Santo Domingo un convento que pertenecía a la orden de las hermanas Catalina Dominicanas, reconocidas por su labor de ayudar a los mendigos y a los más necesitados. La capilla se encontraba una representación del Nazareno flagelado, semidesnudo y cargando la pesada cruz del calvario.
En el patio principal se recibía habitualmente a los indigentes, las monjas se encargaban de repartir alimento hasta que un día llegó una joven vestida con harapos sucios, con aspecto de no haber comido en días y su rostro estaba marcado por una severa cicatriz de incendio. La joven se doblegó ante la puerta principal y solicitó ayuda a las hermanas, pedía aunque sea un mísero trozo de pan ya que tenía varios días sin alimentarse. Una de ellas le entregó una hogaza de pan y reaccionó al reconocer a esa joven como Doña Juana Villalobos, una dama de la nobleza. Su padre había solicitado que su hija ingresara como monja en aquel convento.
Convencieron a la joven Juana que la acompañaran. Fue recibida por la abadesa de la orden que confirmó se trataba de Juana Villalobos. Le recordó que su padre, ya fallecido, dió un dote para que ella ingresara. Juana no dudó en aceptar, además de recibir alimento y una celda en dónde descansar, serviría para purgar sus penas.
Las demás hermanas también la reconocieron, aunque algunas no estaban de acuerdo con su llegada acusándola de mezquina y pecadora, ya que en la ciudad de la Nueva España Juana Villalobos era conocida por humillar a otras damas de abolengo con sus riquezas y exquisitas joyas. En todas las fiestas y reuniones salía a presumir sus joyas y humillaba a otras al acusarlas de portar imitaciones. Pero lo más grave que se hablaba de ella es ser señalada como la responsable de separaciones conyugales y parejas comprometidas. Con artimañas seducía a los hombres y algunos los incautó al convencerlos de regalarle joyas como muestra de amor.
El padre de Juana, un viudo noble y honrado, falleció no son antes conocer la mala reputación de su hija. Intentó convencerla de entrar al convento, solo así ella limpiaría su nombre. Ella se negaba y continuaba con su vida galante.
A pesar de la muerte de su padre y no respetar su memoria, Juana Villalobos introducía hombres a su casa hasta que un amante despechado provocó un incendió en la lujosa mansión. Juana logró sobrevivir pero con quemaduras en la cara. Aquella belleza que cautivaba a los hombres se convirtió en una pordiosera desdichada. De nada servían las joyas porque los hombres no voltearon a verla nunca más.
Su vida en el convento estaba orientada a servir al más necesitado, incluso repartía su comida a los mendigos. De esta manera reparaba el daño que tantas veces había cometido. Sin embargo comenzó a decaer, en su físico era evidente que padecía algún mal: no comía lo suficiente, se veía débil y en su semblante lucía demacrada. Estaba enferma de Tisis y cada día una parte de ella agonizaba en silencio.
Una noche de invierno en que las intensas lluvias dejaron caer su azote sobre la capital de la Nueva España, la joven Juana Villalobos se encontraba haciendo oración en la capilla principal hasta que fue interrumpida por los golpes en la reja del patio, lugar donde los mendigos acudían por comida.
A pesar de la intensa lluvia se dirigió ahí, en la reja aguardaba una delgada y encorvada silueta masculina. Juana distinguió que el hombre estaba semidesnudo y se compareció al verlo en ese estado. El hombre aclamaba algo de comida y agua. Antes de llevarle la comida Juana se retiró su rebozo y algunas de sus prendas para que el hombre las llevara puesta. El hombre, del que solo se veía algunas facciones y sin embargo Juana veía algo familia en él pero no lograba ubicarlo, le dijo que ahora ella iba a estar expuesta al frío especialmente porque se notaba que ella estaba enferma, a lo que ella respondió que no le importaba con tal de que él no muriera de frío.
Atravesó el patio en medio de la tempestad y regresó para entregar pan y agua al hombre. Éste se mostró agradecido y se retiró del lugar no sin antes decirle que sus pecados habían Sido perdonados ya que su corazón actuó de buena voluntad y estaba arrepentida de sus acciones en el pasado.
Juana Villalobos sintió una paz inmensa en lo más hondo de su alma. Cuando intentó volver a su celda no pudo más y cayó débil en medio del patio. La Tisis había progresado y acabó con ella. Pero en su rostro lejos de mostrar sufrimiento reflejaba paz y serenidad, al menos eso es lo que atestiguaron las monjas y la abadesa la encontrar su cuerpo. Pero hubo un hecho sorprendente en el convento y que tiene relación con la misteriosa identidad del mendigo al que Juana auxilió.
Cuando las hermanas ingresaron a la capilla para orar por el alma de Juana, todas exclamaron sorpresa al encontrar al Nazareno con las vestimentas puestas encima de la hermana Juana. La encargada de la capilla aseguró que el recinto sagrado permaneció cerrado bajo llave en la noche, nadie había entrado con anterioridad.
El mendigo que fue auxiliado por Juana se trataba del Nazareno, que por obra y milagro de Dios había dejado la capilla y perdonó los pecados de Juana Villalobos.
Desde entonces la sagrada representación se le conoció como El señor del rebozo. Las personas más necesitadas acudían a él para solicitar su divina intervención para un problema, y algunos refieren los milagros que realizaba.

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