Queho: Momia de un asesino


 
Jamás se hubiera pensado que quizás el odio se lleva en las venas, recorriendo cada centímetro del cuerpo y expresándose en asesinatos. Un solo hombre fue el responsable de  una furia homicida en las tierras que serían conocidas como Las Vegas, dejando a su paso una estela de muerte. Y su nombre sería recordado como Queho.
    El siguiente caso del Calabazo nos remonta a finales del siglo XIX, cuando en 1880 en Cottonwood Island nació de una india cucapá, Queho. La madre falleció poco después del alumbramiento. Los documentos oficiales desconocen por completo la identidad del padre, en cambio había rumores de que era producto de un amorío de un soldado blanco de Fort Mohave o de un minero mexicano. En realidad aún se desconoce la identidad, lo que podría haber influido en la psicopatía de Queho, pues no solo era un huérfano, sino por su condición de  mestizaje fue rechazado por su misma tribu, además de tener pie zambo (malformación congénita del pie).
 Por lo que creció en la reserva de indios de Las Vegas. 
   Desde joven trabajaba en ranchos y en la recolección de madera en las minas. La gente lo caracterizaba por tener un comportamiento huraño, aislado y con una fuerte tendencia a la agresividad, lo que llevaba a tener problemas con otras personas. 
   En 1910, a la edad de 30 años, cometió su primer homicidio. La víctima era un indio de la misma reserva donde creció. Para evadir la justicia (en aquel entonces, un asesinato equivalía a la pena de muerte), Queho intentó huir y en la fuga asesinó a otros dos indios pauit. 
   Terminó en el pueblo de Nelson, ahí consiguió empleo como ayudante de leñador. Al ver que el hombre no fue justo con el pago, arremetió contra él y también lo asesinó con ayuda de un arma de fuego. Con este acontecimiento, se puede deducir que Queho carecía de tolerancia a la frustración, dejándose llevar por sus impulsos agresivos. Con una serie de muertes a sus espaldas, se conjetura que Queho optó por una vida de fugitivo, huir de las autoridades sin conseguir nada estable y dedicarse a asaltar y matar  a sus víctimas. 
   Para las autoridades no fue difícil dar con él, pues cuando descubrieron el cuerpo sin vida del leñador, había huellas en la tierra pertenecientes a  un pie que no pisaba de manera correcta, dedujeron de inmediato que se trataba de Queho. 
   Siguieron las huellas hasta las montañas del cañon "El Dorado" y dieron con una mina conocida  como "El Escarabajo de oro". Lamentablemente otro cuerpo sin vida afirmó la teoría de que Queho estuvo ahí. "Doc" Gilbert era el vigilante de las minas. Presentaba un disparo en la espalda, además el asesino extrajo una placa propiedad de la víctima con el número 896.
   La búsqueda finalizó al llegar al río Colorado, no había más evidencia que delatara a Queho. 
   El sargento Newgard se encargó del operativo, llevaba entre sus hombres a dos indios experimentados y conocedores de los territorios y a dos cazadores. Pero todo fue infructuoso, no había más rastros del asesino. Lugar donde existían indicios se perdían los rastros. Hasta que en febrero de 1911 se descartó la búsqueda. No obstante, cuando algunos civiles delataban asesinatos o robos los atribuían a Queho como seguro responsable. De esta manera nace la leyenda de Queho, el indio mestizo que mataba y robaba, además de darse a la fuga. Aunque no está claro si el fue responsable de más asesinatos, ya que los rumores, y al no haber testigos confiables, le atribuían  sobre estos crímenes. 
 

 Pero una vez más, las autoridades fueron alertadas de un nuevo asesinato, mejor dicho homicidio múltiple. Dos cuerpos masculinos habían sido encontrados sin vida en las inmediaciones del río de El Dorado. Las víctimas fueron terriblemente mutiladas, se trataban de buscadores de oro actividad común en aquellas regiones causada por la "fiebre de oro". Un tercer cuerpo fue localizado, aparentemente asesinado. Las autoridades buscaron de forma implacable a Queho. Si las víctimas fueron encontradas cerca del cañón de El Dorado, y fue precisamente en aquel lugar donde ocurrió la última muerte, había la posibilidad de que Queho nunca huyó, mas bien se escondió. Esta idea cabía en la realidad ya que abundaban cuevas o minas y quizás el fugitivo se mantenía oculto en las cavidades. 
   De nuevo inició la búsqueda, pero en las cuevas no encontraban indicio alguno de Queho. Cada intento era en vano, las autoridades se exponían a las terribles temperaturas, al hambre, a la intemperie pero nunca se encontró a Queho. 
   Frustrados por la fuga del homicida, el estado de Nevada ofreció una recompensa de 2,300 dólares, mientras que las autoridades de Arizona solo ofrecieron 500, pues habían ocurrido algunos asesinatos que se le asociaron al indio. Algunos particulares habían ofertado 3,000 dólares por la captura. 
   No se volvió a saber de él sino hasta en 1940. Arthur Schroeder y Charles Kenyon eran mineros cuando serían los descubridores de un hallazgo anhelado: encontraron una momia bien conservada, por las bajas temperaturas, en una cueva cercana al río Colorado. Entre las posesiones del cadáver se encontraron armas de fuego como un rifle Winchester y un revolver. Pero lo sorprendente es que había una placa con el número 896... en efecto, era la placa a la que el viejo Doc Gilbert le habían sustraído tras ser asesinado. 
 

 Schroeder y Kenyon habían logrado hallar al criminal considerado enemigo público #1 de Nevada. Los restos de Queho fueron objeto de codicia, pues Kenyon recordó que había una recompensa por el asesino declarada hacia más de 30 años. Al llevarlo a la funeraria Palm, Kenyon reclamaba el dinero, no obstante los empleados reclamaron su pago por haberlo cuidado. La noticia se propagó como un virus y llegó a oído de gente más ambiciosa, entre ellos un grupo de indios que aseguraban ser familiares del asesino. 
  El caso se volvió famoso al grado de que los tribunales intervinieron, el juicio duró tres años y falló a favor de los encargados de la funeraria Palm asignados como titulares de la momia. Hasta que apareció Frank Wait, jefe de la policía de las Vegas. Él aseguró haber participado en la persecución de Queho y compró la momia quien lo entregó al Club Elks de Las Vegas. En 1950 la momia fue exhibida públicamente. 
   La historia no termina para los pobres restos de Queho. La momia fue desechada por el club Elks, al aparecer ya no era rentable tenerla y fue arrojada a la basura, como si se tratara de un simple desperdicio. La momia fue encontrada en un vertedero en 1962 en el condado de Clark. El sheriff recogió los restos y los donó al Museo de Historia Nacional de la Universidad de Nevada. Los restos duraron hasta en 1970, cuando el fiscal Ronald H. Wiley adquirió los restos (en efecto, lo que quedaba de la momia) para darle cristiana sepultura entre la frontera de Nevada y California.
  Aún se pueden apreciar la lápida dedicada a Queho, el temible asesino múltiple de Nevada.
  El caso de Queho nos muestra como la Sociedad es la creadora de monstruos, es la que propicia las codiciones para el desarrollo de algunas psicopatías. Queho fue rechazado por su misma tribu al ser engendrado por alguien que no era de la misma comunidad y no es reconocido como indio cucapá. Parte de su vida la dedicó a tratar de salir adelante, con todo y malformación del pie que se piensa también pudo haber sido rechazado por esta misma condición. Los ciudadanos norteamericanos pudieron no haberlo aceptado por ser indio. Estas condiciones, el rechazo, la falta de oportunidades de desarrollo a consecuencia de la discriminación, contribuyeron al desarrollo de una personalidad antisocial, impulsiva, suspicaz y agresiva, con la tendencia de cometer robo y homicidio para su propia supervivencia. 
   Queho hace recordar la novela de Frankestein: un monstruo que sufre al no tener una identidad que nos ayuda a integrarnos a una comunidad o cierto grupo social para identificarnos. En el caso de Queho era similar, un hombre al que le fue negado su sentido de pertenencia social de los cucapá y tampoco en la civilización norteamericana, pues hay que mencionar en la historia de la colonización estadounidense solo había reservas de indios, pero no una aceptación social y total como ciudadanos. 
  La localización de su tumba también es algo significativo, pues se halla en la frontera entre  Nevada y California, por lo que se reflexiona que así fue la vida de Queho, una existencia fronteriza en medio los indios y los estadounidenses a quienes tuvo un rencor perpetuado a través del crimen



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