La ambición y la codicia pueden ser el peor de los venenos para el humano, lo corrompe, transformándolo en un animal. A veces es increíble como unas cuantas monedas de oro pueden manifestar lo peor del hombre.
La siguiente leyenda, criaturas de la noche, se sitúa en el siglo XVII, en época de la Nueva España. El terror hacia los piratas era uno de los miedos cotidianos en los puertos, aquellos infelices capaces de derramar sangre ajena con tal de apoderarse de lo ajeno. No obstante, existían otros motivos para temer a las aguas saladas, en especial en las noches.
Cerca de las playas de Veracruz, había una humilde aldea de pescadores, vivían atemorizados por las constantes apariciones fantasmales cerca de las escolleras. Las aguas se estrellaban con furia endemoniada, en sintonía con los lamentos de una alma en pena que surgía en medio las piedras. Los pescadores remaban veloces, trataban de alejarse lo más pronto posible de la infernal aparición, descrita como un hombre descarnado e iluminado por las luces lunares. Ni las olas podían opacar los lamentos, al tiempo que las aves marinas procuraban mantenerse a distancia, como si ellas mismas advirtieran la presencia.
Todas las noches calurosas se repetía el escalofriante suceso. Los pobladores habían acudido la ayuda de un sacerdote, con la finalidad de exorcizar aquel ente.
Hasta que un día acudió a la aldea un errabundo hombre, de barba gastada, vestimentas que indicaban haber tenido una vida en la nobleza, pero algo terrible abrumó su fortuna y se reflejaba en la suciedad de sus prendas. El hombre se apoyaba en un bastón y caminaba con dificultad hasta llegar a una casucha a pedir alimento y agua. Una pareja de ancianos lo recibió y decidió auxiliarlo.
Aquel desdichado se trataba de Don Jerónimo de la Peña, caballero de la orden de Calatrava. Este noble iba a ser el primer ganadero de Nueva España, sin embargo la fortuna no le sonrió. Su ganado pereció en el traslado, perdiendo una gran fortuna. A consecuencia de esto se vio en bancarrota y para el colmo su amada lo dejó por otro caballero con más dinero. Su casa estaba rentada y al no poder pagar más fue desalojado, expuesto a las frías calles y al hambre.
Ningún prestamista se atrevía a prestarle, era como si la mala suerte fuera su nueva compañía y lo siguiera a todos lados. Sin dinero, sin casa, sin nada seguro, pretendía volver a España. Viajo a pie hasta Veracruz. La misión era llegar al puerto de Veracruz y embarcar. Si en América no pudo amasar una fortuna, regresaría a su ciudad.
Encontró más caridad en aquella aldea de pescadores que en la capital de la Nueva España. Mientras comía, escuchó, por boca de la pareja de ancianos, los rumores del temible fantasma que aparecía en las escolleras. Algunos atribuían que podía tratarse del espíritu de Adrián, un pescador que desapareció junto con otro llamado Marcos. Hacía un par de años que no se les volvió a ver y se piensa que, quizás, uno de ellos se tratara de los pescadores.
Después de escuchar la historia, Jerónimo se retiró no sin antes escuchar la advertencia de la pareja de ancianos: "Cuidado con el espectro, pues se le atribuye accidentes a los pescadores que navegan por las noches". Jerónimo se dirigió hacia el puerto. Caía la noche cuando se adentró a la selva y un lamento capturó su atención. Su corazón por poco se congela al descubrir a un hombre de aspecto descarnado. Sus gritos eran desgarradores. Jerónimo no comprendía como era posible, si él no se hallaba cerca del mar, estaba lejos de la playa. Recordó que a las almas en pena debía escucharlas.
Se acercó al ser que le suplicaba ayuda, pedía unirse en compañía de su hermano Adrián, fallecido en las escolleras. El ente le explicó que en vida, los hermanos habían sido sorprendidos por la llegada de un pirata con un cofre. El hombre había sobrevivido al incendio de su nave, dejando morir a varios de los suyos mientras trasladaba el fruto del atraco. Huyó como una vil rata con el tesoro y encalló en la playa, cerca de la casucha de los hermanos.
Amenazados, los pescadores siguieron las indicaciones del pirata sin escrúpulos. Debían sepultar el tesoro en el interior de la selva; como signo inequivocable, encontraron unas palmas cuyos troncos inclinados simulaban formar una X.
En un momento de descuido, los hermanos embistieron al pirata y con sus propias armas lo mataron. Se deshicieron del cadáver, mientras que el tesoro fue ocultado bajo aquel punto. La ambición es el peor de los venenos, corroe por las venas y destruye el alma, da paso a un abominable monstruo. Adrián, al igual que Caín, asesinó a su hermano con una de las palas. Sepultó a su víctima más reciente, cerca del tesoro.
Nadie más se apoderaría de los doblones de oro, todo sería para él. Estaba decidido a deshacerse de las evidencias de su crimen. Comenzó con la canoa, la llevaría hacia las rocas. Mientras navegaba, fantaseaba con lo que haría con su nueva fortuna, hasta que los vientos fuertes se habían convertido en un enemigo implacable. Las turbulencias empujaron la pequeña nave hacia las filosas piedras de las escolleras. El destino del infeliz asesino culminó entre rocas con musgos, con el cuerpo atrapado entre las grietas.
Adrián era el fantasma que, noche tras noche, atemorizaba a los pobladores con escalofriantes lamentos.
Después de escuchar la historia, Jerónimo aceptó el trato del espectro: sepultar los restos de Adrián junto con los de Marcos, su hermano. A cambio el tesoro pasaría a sus manos, siempre y cuando compartiera su fortuna con otros desdichados, sino la maldición se transmitiría a él y pasaría ser otra víctima.
Jerónimo acudió hacia las escolleras. Caminó con cautela, evitando resbalar hasta que hizo su aparición el espectro de Adrián. Sus lamentos taladraban sus tímpanos. Aún así, el valiente errabundo se acercó hacia el espíritu. Reconoció la grieta y encontró los restos del asesino, no eran más que huesos envueltos en musgos y percebes. Cogió la osamenta y regresó hacia las palmas en forma de X.
El fantasma de Marcos lo esperaba en el mismo sitio, siguió las indicaciones y sepultó el cuerpo del asesino junto con el de su hermano. El oro deslumbraba con increíble fulgor, como si lo estuviera esperando.
Jerónimo realizó una cruz improvisada, hecha con ramas secas, y la colocó en el sitio donde dio cristiana sepultura a los pescadores. Ambos espíritus consiguieron el descanso eterno, mientras que la suerte del ganadero regresó. Cumplió con su palabra y entregó una parte de su tesoro a la pareja de ancianos que lo alimentó.
No fue necesario viajar a España, sino que volvió a la ciudad colonial, repuesto y vestido con elegante traje. Recuperó su título en la nobleza y compró una propiedad. Fue prospero y agradecido con aquel espíritu por haber recuperado su fortuna.
De esta manera, concluimos con otra escalofriante leyenda de la Nueva España. Mantengan la paciencia, criaturas de la noche, en espera de otra leyenda en la cripta Deimos.
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