La Maldición de la Virgen


El templo de la Virgen de los Remedios fue escenario de una extraordinaria leyenda en el siglo XVII, insólita pero escabrosa al mismo tiempo. La Virgen de los Remedios sostenía en su cuello una joya grande y oscura como sus ojos de cristal en aquel piadoso rostro pidiendo clemencia al tiempo que carga al niño Jesús. Aquella joya era codiciada por dos mentes maquiavélicas que buscaban la forma de apoderarse del objeto sin imaginar sus terribles consecuencias.

Nuestra siguiente leyenda tiene lugar en el siglo XVII, época de la Nueva España que se extendía poco a poco en las tierras nuevas y conquistadas, evangelizando a los indígenas que la Virgen María fue la reconciliación de dos pueblos enemistados, por ende razón la Virgen no solo es venerada con fervor, ven aquella figura a la madre piadosa y amorosamente incondicional. Un acto de robo era un sacrilegio y ofensa a todo un pueblo, al menos eso tenían entendido dos vándalos: Ubaldo y José, ambos unos fugitivos de la Ley que buscaban ganar dinero sucio. El robo era la fuente de subsistencia, conocían a los peores compradores dispuestos a entregar una cuantiosa cantidad a cambio de verdaderos tesoros, entre ellos la joya de la Virgen de los Remedios, de la que se dice fue un regalo ofrecido por el paje del Virrey Luis de Velasco II. Según la leyenda y antiguos registros, la joya fue hurtada a la fuerza a una princesa de un pueblo indígena en tierras californianas. Este acto provocó que se desatara una guerra y no se pudo evangelizar al pueblo. Habían perdido un tesoro por otro.

Aprovecharon el descuido de los asistentes y los sacristanes para ocultarse en los confesionarios y esperar el anochecer, cuando ninguna alma rondara en la nave. En medio de la oscuridad, los viles ladrones no tuvieron piedad y trataron de arrancar la joya negra de la Virgen, pero era como si una fuerza superior la obligara a permanecer en ella. Recurrieron a un segundo plan: robarse la Virgen de los Remedios. Desprendieron la figura religiosa del altar, al momento de llevar a cabo la aborrecible acción, vieron sorprendidos como la Virgen derramaba lágrimas.

Consiguieron desprenderla y la introdujeron en un saco, en medio de las sombras y la soledad de la noche escaparon de la iglesia y llegaron a las afueras de la ciudad. Cargando entre sus hombros la pesada figura, se aseguraron de que nadie los siguiera y extrajeron el botín. Lograron separar la joya de la Virgen, la escondieron entre un matorral seco. Mientras tanto planeaban cómo vender la joya y fantaseaban con el dinero.

Intentaron vender la joya a un temible usurero, que al momento de tener entre sus manos la susodicha joya, contempló iracundo que había sido suplantada por una lágrima de cristal pequeña. El usurero los acusó de intentar estafarlo y los ahuyentó bajo la amenaza de delatarlos con las autoridades.

Ambos ladrones no encontraban explicación ante tal acontecimiento, creyeron que se habían equivocado al intentar vender la joya. En la segunda oportunidad no se darían por vencido y buscaron a un nuevo comprador, un hombre que adquiría bienes hurtados. De nueva cuenta se repitió el mismo fenómeno: al entregar la joya, apareció en su lugar una lágrima de cristal. El hombre los reprendió y se negó a volver a prestar servicios a los trúhanes.

Ubaldo y José no encontraban explicación de como una enorme joya volvía a ellos cuando al intentar venderla su sustituía por una pequeña lágrima de cristal. Pensaron que la joya contendría alguna maldición desatada, en especia por ser un acto de sacrilegio el profanar el altar católico. Intentarían devolverla con la Virgen y colocarla en su sitio en el altar. Al volver a los matorrales no había rastro de la Virgen de los Remedios, desapareció o alguien la había encontrado. Cuando volvieron a la ciudad, descubrieron que los habitantes estaban dispuestos a linchar a los ladrones, pues el altar estaba vacío y había señales de haber sido violentado.

Ubaldo y José intentaron en vano buscar a la Virgen de los Remedios en el llano sin obtener éxito alguno. Jamás lograron vender la joya, pues cada intento se transformaba en una lágrima de cristal carente de valor. Erraban en las llanuras condenados a buscar a la Virgen de los Remedios y pedir perdón. La locura había acabado con aquel par de ladrones confundidos con indígentes. La Virgen de los Remedios nunca volvió a aparecer, pero la joya aún está a las afueras, en busca de un nuevo amo.


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