Cuando se ingresa al panteón, atravesando el enorme pórtico custodiada por Ángeles tallados en mármol, uno puede sentir que se transporta a una pretérita época donde la ciudad de Guadalajara tiene sus inicios de civilización. Recorrer los largos pasillos con nichos grabados de cientos de nombres, las lápidas antiguas en estado actual de deterioro, contemplar los mausoleos envueltos en musgo es parte de la experiencia que se vive al recorrer el Panteón de Belén, conocido también como Panteón de Santa Paula.
Más que un cementerio, se trata de un museo que ofrece recorridos tanto diurnos como nocturnos, acompañado de un guía de turismo que se ofrece a narrar las historias de los moradores subterráneos, de aquellos cuyos huesos y cenizas permanecen bajo nuestros pies pero tienen una historia que contar...
El terreno del panteón se preparó en 1797, terreno destinado a una fosa común a consecuencia de la viruela que dejó a varias víctimas desamparadas. El lugar se preparó a un costado del Hospital Real de San Miguel de Belén, proyecto perteneciente al obispo Antonio Alcalde. El hospital iba a contar con convento, escuela, huerto y panteón y dirigido por la orden de frailes de Nuestra Señora de Belén, por lo que el cementerio llevaba por nombre "Panteón Santa Paula" pero en 1793 la orden se retiró.
La fosa común era administrada por autoridades civiles, pero de manera deficiente. Nuevamente una epidemia azotó la ciudad de Guadalajara, esta vez se trató de la cólera morbus en 1833. El mismo terreno sirvió para apilar los cuerpos de civiles, especialmente indigentes o personas de bajos recursos. En lugar de sepultarlos, eran cubiertos con cal. De manera irónica, la población nombró el cementerio como "Panteón de la Capirotada", por el aspecto de los cuerpos con cal semejante a la capirotada.
El panteón pasó a manos del cabildo eclesiástico cuando las autoridades civiles justificaron al no haber fondos monetarios. El obispo Diego de Aranda y Carpinteiro se encargó de pagar los fondos para la construcción del famoso mausoleo central del panteón y las galerías. Este trabajo fue asignado al ingeniero Manuel Gómez Ibarra, diseñador de la cúpula del Hospicio Cabañas.
La inauguración oficial fue en 1848, sin embargo una tercera ola de epidemia atacó la ciudad en 1850. La cólera volvió hacer de las suyas, obligando a las autoridades abrir una tercera fosa común. Debido a cuestiones de salubridad, el panteón se vio sometido a la orden de clausura en 1896. La mala administración de la fosa causó un temor de propagación de enfermedad, pues los cadáveres insepultos solo eran apilados. A los familiares que pagaron su lugar en el panteón, se les respetó el trato permitiendo sepultar a sus difuntos.
Actualmente el lugar es considerado como joya arquitectónica y protegido por el programa del INAH.
Como todo panteón, las leyendas no solo son el principal atractivo, conforman la identidad evitando caer en el olvido.
Entre las leyendas conocidas se halla "Nachito", un pequeño que en vida el terror a la oscuridad le impedía dormir tranquilamente. El día de su muerte desconcertó al sepulturero al descubrir el ataúd del niño fuera de su fosa. Cada vez que devolvían el féretro, éste aparecía afuera de la tierra. Al fin comprendieron que Nachito aún tenía miedo a la oscuridad y se optó por construir un ataúd de cemento con rendijas donde se filtre la luz solar.
Un pirata dejó escondido su tesoro, fruto de robos, en el panteón. Aquel que anhele apropiarse del cofre, deberá entrar al panteón, a la media noche, y rezar en la tumba del pirata; él mismo entregará sus pertenencias al nuevo propietario.
Una mujer que corresponde al nombre de Victoriana Huerta, fue víctima de la avaricia de los buitres que tenía por hijos, que se aprovecharon de su extraña enfermedad para enterrarla viva y apropiarse de sus bienes. Pero ella sacó su mano para alegar su última voluntad. El espíritu de un fraile ronda entre las lápidas y su imagen es captada en un video para boda.
El macabro catrín que noche a noche se manifiesta cerca de un mausoleo, en espera de que un vivo retire las imagenes sagradas y poder llevarse el alma del infeliz que pactó con el diablo con la finalidad de ganar apuestas.
Entre las leyendas destaca, en especial, una sobre un monstruo. En las tierras sagradas del Panteón de Sta. Paula se halla sepultado un aberrante ser, un ladrón de vidas: el vampiro. Conocido como la leyenda "el árbol del vampiro", este ser fue el responsable de varias muertes en la zona de barranquitas, primero de animales y después en personas.
Cuando capturaron al monstruo, los pobladores de aquella zona procedieron a enterrar una estaca en el corazón. Sin embargo la estaca era en realidad una rama de árbol que creció como un árbol hasta atravesar la cripta del vampiro. Se cuenta que el día en que el árbol muera o lo corten, el No-Muerto volverá.
Son algunas de las historias que conforman el ambiente lúgubre y relajante del cementerio, envuelto de misterio y murciélagos que agitan sus alas sobre las lápidas. Está situado en calle Belén, envuelto de misterio y murciélagos que agitan sus alas sobre las lápidas, zona Centro de Guadalajara. En espera de que lo visites.
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