37 años después de su estreno original en salas de cine, vuelven los cazafantasmas. Una vez más la sirena del Cadillac, trayendo está vez a un nuevo legado.
Ha pasado el tiempo y no se ha vuelto a saber nada de los cazafantasmas, al parecer la mayoría de la ha gente ha olvidado a los fantasmas.
Una madre soltera, y sus dos hijos, han heredado una granja perteneciente al abuelo materno. Cuando se mudan al lugar creen que se trata de un basurero. Phoebe, la hija menor, comenzará a revelar los secretos ocultos en la granja, secretos relacionados con los fantasmas.
Dirigida por Jason Reitman, hijo de Ivan Reitman el director de la versión de los 80's, nos trae una película nostálgica, con drama familiar y por supuesto ciencia ficción.
¿Es necesaria una nueva entrega de un clásico? En ocasiones funciona y en otras no. Debido a que la nueva tendencia es traer secuelas de clásicos, así como hace años la tendencia era remake o reboot. El nuevo legado nos trae a una nueva generación de cazafantasmas, que era necesario sangre nueva, por lo que agradecemos que no fuera un remake (antes de que me digan de la versión del 2016, pero los ignoraré) o que solo fueran guiños o referentes. Esta vez vemos una digna continuación del clásico, con un homenaje al actor fallecido Harold Ramis que consigue sacarle una lagrimita a más de uno. En cuanto a la trama, por desgracia es muy predecible, digamos que a los primeros minutos de la película ya tienes resuelto todo, no se esfuerzan aunque sea en dar algunos giros a la historia. Sin embargo los personajes logran cautivar la atención, el personaje de Phoebe es quien roba pantalla y logra ganarse simpatía.
Para que extrañen los viejos tiempos, algunos efectos son de la escuela de mecatrónica. La única queja es que se supone que son los espectros son los antagonistas y esta película le faltan fantasmas.
En conclusión, es una secuela muy emotiva, con algunos efectos de la vieja escuela y un nuevo legado de la obra de Reitman.
8/10
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