El pasado parece brindarnos las respuestas a los enigmáticos lugares que nos rodean. Edificios, casonas, iglesias con cautivantes diseños que nos hacen transporar a sus propias épocas. Entre las antiguas construcciones, había una casona en especial que será el escenrio primordial de nuestra siguiente leyenda. Se ubicaba en la calle indígena Cacahuatal del barrio de San Pablo. En el siglo XVII se alzaba una casa de dos pisos, con exquisito adornamientos en la fachada principal y en los ventanales. El propietario era Don Tomás Treviño y Sobremonte, un judío establecido en la Nueva España.
Originario de la Vieja Castilla, especifícamente de Medina de Río, su madre también había sido judía de la que se menciona fue penalizada por la Santa Inquisición.
Su verdadero nombre correspondía al de Jerónimo de Represa y en su estadía en la Nueva España había sido castigada por la Santa Inquisición el 15 de junio de 1625, por la práctica de su culto. Pues, su casa era recinto oculto de misas judías que él, junto con otros simpatizantes, oficiaba.
Cabe mencionar que esta religión era considerada una herejía por parte del catolicismo (los judíos consideran a Jesús como un mortal y no hijo de Dios, además de haber sido ellos quienes lo crucificaron). Sin embargo, al mostrar arrepentimiento fue perdonado y liberado.
Con su nueva identidad, se desposó con María Gómez y tuvo dos hijos: Rafael y Leonor de Sobremonte. Ejerció como comerciante, su negocio creció tanto que no solo aumentaba sus ganancias, también viajaba a la ciudad de Guadalajara (capital a la sasón de la Nueva Galicia) donde estableció uno de sus negocios. Se trataba de una tienda que poseía dos entradas frontales: izquierda y derecha.
Ocurría algo muy curioso y a la vez inquietante con esta tienda. Don Tomás cobraba una cantidad menor a los clientes que ingresaban por la puerta izquierda. Pero, no era lo mismo con la entrada opuesta, sino que aumentaba el costo de la mercancía para los compradores que cruzaban aquella entrada. Algunas personas llegaron a quejarse por el abuso de precios, mientras que otros, desconcertados, comentaban estos cambios y fue cuando lo relacionaron con las entradas. ¿Por qué Don Tomás elegía aquellos que ingresaban por la puerta izquierda, que tenía de especial? En apariencia no había nada... hasta que fue apresado de nuevo por la Santa Inquisición.
Los antiguos documentos, que describen su arresto, refieren sobre cultos y celebraciones judías en el interior de la casona. Se descubrió que tanto su esposa, María, como la familia de ella, también era pertenecientes a este culto. De hecho su boda se realizó con los lineamientos de los judíos. Realizaban ayuno y se rehusaban a asistir a misa católica.
Sus hijos y su mujer fueron apresados por el Santo Oficio. En su propiedad se encontró un extraño altar que incitaba a la profanación y blasfemia: la figura de un Jesucristo se hallaba ahí, en una vulgar posición, noche tras noche era azotado con un latigado. Las autoridades confiscaron esta representación como evidencia de su culpabilidad y fue donada a una iglesia tras ser considerada una reliquia milagrosa.
En cuanto a su tienda, donde los clientes se quejaban por el incremento de precios al entrar por la puerta derecha, revisaron la entradaa opuesta y encontraron algo debajo del piso que dejó helado a las autoridades del Santo Oficio. La figura del Santo Jesús se encontraba bajo tierra. La intención de dejarlo ahí eraa para que los clientes pisaran la sagrada representación divina, una especie de incitación blasfema para renegar que Jesús no era hijo de Dios.
Don Treviño fue sentenciado a morir incinerado en el quemadero, ubicado en aquel entonces en la alameda y el templo de San Diego. Fue conducido en medio de una procesión. Fue necesario amordazarlo, pues de su bocaza profería blasfemias en contra de Dios y jamás se arrepentiría. Iba a ser montado arriba de un burro, pero tres veces fue rechazado por diferentes mulas hasta que se resolvió ser obligado a caminar en las calles.
Al llegar al quemadero, fue atado a una larga estaca y rodeado por leños. Después de pronunciarse la condena, se procedió a incinerar los restos de madera. En los documentos se pronunció un acontecimiento un tanto chusco. Mientras se alargaban las lenguas de fuego, el judío exclamó ante el vulgo:
"Echad más leña que mi dinero cuesta".
La conocida Casa del Judío quedó en el completo abandono y con el paso de tiempo sus paredes de concreto, junto con el ornamento, se fue deteriorando. Aquella majestuosa fachada se saturó de salitre, poco a poco terminó devastada. En la actualidad el edificio dejó de existir y solo quedó los vestigios de la leyenda del judío que, a escondidas del Santo Oficio, incitaba a los ciudadanos de la Nueva España a blasfemar al hijo de Dios.
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