La Leyenda del Blasfemo


Durante la época de la colonización en México, el proceso legal encargado de condenar a los criminales era la Santa Inquisición, que además se encargaba también a todo aquel que se opusiera a la religión católica, entre ellos herejes y personas prácticantes de magia, estos últimos representaban una amenaza por lo que eran condenados a morir. También figuraban los blasfemos, es decir, aquellas personas que injuriaban contra Dios o expresaban maldiciones contra Dios o cualquier santo de la Iglesia Católica. Las penas que debían pagar no eran tan severas comparadas con la de los herejes, pero si humillantes para los sentenciados. 
   Este es el caso de Don Rodrigo Rangel, ex soldado de la conquista española. Acompañó a Hernán Córtez durante la conquista y destrucción de los pueblos indígenas. Rangel era un saqueador de poca monta, se aprovechó de la conquista para hurtar las joyas de los indígenas, de las cuales generó una fortuna en base de la explotación, robo y había un delito mucho peor: ultrajar mujeres de los pueblos prehispánicos. Por desgracia, su puesto en el ejército impidió que las autoriades eclesiásticas lo castigaran. Gozando de este privilegio, Don Rodrigo Rangel cometió terribles fechorías en las que destacaba ultrajar a las mujeres indígenas. 
   Como todo delito se debe pagar, sino lo hizo la justicia Dios lo haría y Don Rodrigo no fue la excepción, terminó pagando con su salud. Verán, la enfermedad de la buba se transmite mediante el contagio, pero en aquel entonces no se contaba con las medidas rigurosas para evitarlo. Rangel fue una de las tantas víctimas. Cada día su salud aminoraba y la asistencia médica no era de mucha ayuda, el galeno determinó que su situación era desahuciada. 
    Don Rodrigo Rangel agonizó durante días con el terrible dolor y su fiel personal permanecía a su lado. Si la Medicina no podía atenderlo, la intervención de Dios lo haría, por lo que María, su sirvienta, oraba por él, pero lejos de ayudar a mejorar su estado de ánimo empeoró. Don Rodrigo maldijo a Dios y a todos los Santos por su enfermedad. Manifestó todo su odio y destruyó en su hogar toda representación divina ante la mirada atónita de sus sirvientes. 
    María no se rendiría y procuraba que su amo recuperara la fe en Dios, y un día pasó cerca de la propiedad de Don Rodrigo una procesión religiosa. La sirvienta aprovechó para convencer al enfermo a que presenciara la procesión de la Virgen María y pidiera por su cura. Nuevamente los planes sufrieron lo contrario, Don Rodrigo expresó a gritos su odio a Dios y a la Virgen, provocó que los feligreses se alejaran de la calle. 
    Ahora el enfermo tenía un nuevo y desagradable hábito: insultar a los religiosos que realizaban procesiones. El límite llegó cuando se presentó afuera de su casa otra procesión, pero esta vez conformada por una orden religiosa de monjas. La lengua del enfermo no tuvo compasión y expresó maldiciones, condenaba a los santos a sufrir en el infierno y acusó a las monjas de ser prostitutas. Esa fue la gota que derramó el vaso, la ofensa llegó a oídos de los tribunales de la Santa Inquisición que mandó a detener al antiguo soldado. 
   La situación era delicada, no solo por la ofensa, también por la condición de ser un soldado. Finalmente se determinó que debería recibir su escarmiento, ya que eso motivaría a otros a realizar lo mismo sino había una coerción a la desagradable conducta. 
    Tenían delante de ellos al acusado, pero de sólo verlo algunos se compadecieron de su enfermedad, estaba desahuciado, así que se procedió con la siguiente penitencia para el acusado: primero sería obligado a presentarse a misa, después donar dinero a una obra de caridad, la construcción de una ermita a manos propias. La primera parte de la penitencia fue cumplida, sin embargo, la muerte reclamaría por Don Rodrigo y de la forma tan espantosa que se piensa que el mismo Lucifer tuvo que ver. 
    Una oscura noche, los sirvientes de Don Rodrigo se despertaron alertados por los gritos de su amo. Se escuchaba que forcejaba con alguien. Cuando al fin llegaron a su habitación, un hedor a azufre indavió el ambiente y descubrieron con horror que su amo agonizaba en cama con rastros de sangre. La hemorragia provenía de su boca, alguien le había arrancado la lengua y esto causó su desceso. 
    Los sirvientes no se explican quién pudo haber sido, pero por el hedor se sospechó que todo fue obra del mismo Satanás que vino a arrancar la lengua al soldado enfermo. 
    Por desgracia no se pudo completar la penitencia impuesta por los frailes y se enteraron de la forma tan espantosa como murió Don Rodrigo. La leyenda no termina aquí, de acuerdo al testimonio de la Orden de los Carmelitas, en el convento fueron testigos de una endiablada aparición. El evento sobrenatural ocurrió poco después del desceso del viejo soldado. Dos miembros de la Orden, habían escuchado en uno de los oscuros pasillos como alguien se arrastraba por el suelo. Pensaron que se trababa de algún indigente, cuando se aproximaron por poco fallecían de miedo al reconocer que el cuerpo putrefacto que sostenía una vela correspondía al de Don Rodrigo, el blasfemo. Su boca carente de lengua fue la señal más evidente. Junto con el apoyo del padre superior, concluyeron que se trataba del ánima del Blasfemo y regresó del Más Allá para culminar su penitencia en el mundo de los vivos. Su alma no descansaría hasta cumplirlo. 
    No les restó mas que guiarlo al mundo de los difuntos mediante oraciones. Sólo de esta manera Don Rodrigo "el Blasfemo" se reconciliaría con Dios, aunque no recuperaría su lengua que fue arrebatada por Luzbel. 

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