Existen lugares sobre la tierra que contienen dolor, sufrimiento y la tragedia se repite con frecuencia y contagia aquellos que se atreven a ingresar a ellos. Nuestra siguiente leyenda se remonta en la época colonial. El siglo XVII fue testigo de eventos sobrenaturales que dejaron marcada la vida de sus habitantes, eventos que se manifestaban en forma de espantos y seres que regresaban de ultratumba. A pesar de que la Santa Iglesia erigía su poder en la Nueva España, era inevitable las historias que corren en forma de rumores provocando que el miedo se esparciera.
Entre estas historias aparece en la mansión señorial de los Aguilar, una edificación que guarda en su interior un secreto mortal que alcanza a todo aquel que la habita. Algunos vecinos se habían acostumbrado a las noches inquietantes causado por ruidos extraños. Preferían evitar caminar en la misma acera.
La Mansión Aguilar fue de las primeras construcciones durante la conquista y ha pasado de generación en generación. Cada miembro varón de la familia Aguilar aparecía muerto de manera misteriosa. Los cuerpos tenían en común haber sido asfixiados. Nunca se supo quién fue el homicida, aunque los rumores apuntaban que no era de este mundo, sino del Más Allá, pues cada víctima de distintas décadas, tenían las mismas características de su muerte, mostraban una expresión como si hubieran visto algo dantezco y hubieran luchado.
La enorme construcción que quedaba poco a poco en el olvido fue rescatada por una nueva familia de nobles, se trataba de la siguiente generación: Don Pedro Aguilar, un hombre viudo que sólo tenía en su vida a sus tres hijos, dos varones y una joven. Ellos sabían de las muertes, pero no creían en supersticiones, excepto doña Laura, la hija que sospechaba de un ambiente enrarecido entre las paredes y habitaciones. Don Pedro y sus dos hijos consideraban que las muertes eran causas naturales y que en todas partes hay lugares donde tiempo atrás hubo fallecido y no debería ser motivo para dejar el lugar, especialmente aquella casa que Don Pedro admiraba con toda pasión y no estaba dispuesto abandonarla sólo por ignorancia de la gente.
Cuando se dispuso a explorar las habitaciones, entró a un estudio donde halló un viejo cofre semioxidado. Impulsado por la curiosidad, el nuevo amo de la mansión motivó a sus otros dos hijos ayudar abrir el cofre. Al hacerlo, encontró documentos antiguos del primer propietario, el primer Aguilar que habitó en la Nueva España. Uno de los papeles llamó la atención, en él había una advertencia: "¡Apartad de los muertos!, pues estos traerán la desgracia a este hogar e ignorar sus penares que han permanecido durante siglos".
El resto de la escritura era ilegible, pero Don Pedro solicitó a sus hijos qué entendían por aquel mensaje. La mayoría coincidía en que era algún verso, pero Laura, que sus pensamientos eran más concretos que los de sus hermanos, aseguró que se trataba de una advertencia. Ningún miembro de su familia hizo caso de ella y se dedicaron, en el resto del día, a limpiar, ordenar y elegir las habitaciones. a Laura le asignaron el cuarto más alejado de la casa, pero más cerca de la calle. Los temores de la muchacha afloraron al saber que estaría un poco apartada de su familia, y en cambio tendría más intimidad. Aunque su tranquilidad y paz se vería violentada por inquietantes ruidos que provenían de su habitación. La joven Aguilar gritaba horrorizada, haciendo que los miembros de su familia acudieran lo más pronto posible y averiguar qué ocurría. Con cabos de velas, examinaban si la joven estaba lastimada, afortunadamente no fue así, sin embargo, ella expresaba, en medio de un llanto, que alguien había entrado a su cuarto provocando ruido de cadenas.
Don Pedro iluminó el cuarto sin encontrar nada de lo que la joven exclamaba. Pensó que su hija hanía tenido una pesadilla. Ella aclaraba que el ruido fue lo que la despertó. Don Pedro trató de ignorar el acontecimiento, insistía a su hija que fue un mal sueño y pensó que estaba despierta.
El fenómeno se repetiría de nuevo, varias veces. Las madrugadas para Laura eran un auténtico tormento, las cadenas perturbaban su sueño y no restaba más remedio que gritar, hasta que los hermanos se habían colmado su paciencia y optaron quedarse una noche a dormir en la misma habitación y constatar por si mismos aquel infernal ruido.
La siguiente noche se realizó el plan, los hermanos Aguilar acompañaron a Laura y comprobaron un misterioso sonido, como cadenas que se movían de manera persistente y leves gemidos. Con cautela, revisaban procurando que aquel ruido no culminara. En un primer momento pensaron que provenía de la calle, pero no era así. Descubrieron que en realidad venían de la pared donde se hallaba la cabecera de la cama. Era increíble y al mismo tiempo imposible, ¡había alguien dentro del muro! Con la oscuridad de la noche sería difícil averiguar minuciosamente, por lo que esperarían la mañana.
Al día siguiente, acudieron con su padre para compartirle su macabra experiencia en la habitación de Laura, confirmaron que se reproducía el sonido de cadenas y provenía de la pared. Solicitaron permiso para abrir la pared y averiguar que lo producía. Don Pedro accedió a la peitición y acompañó a sus hijos a la habitación. Abrieron la pared que al perforarla, descubrieron que estaba hueca y expandieron una grieta de fácil acceso. Dentro había una cámara que conducía a un especie de sótano. Los Aguilar quedaron impactados con su descubrimiento, todo este tiempo existía un sótano.
Un intenso olor a humedad invadió a los presentes que tuvieron la osadía de descender y llegaron al sótano. Las sorpresas no terminarían, el supuesto sótano era en realidad una extensa galería con celdas vacías. Recorrieron varios metros con dificultad, pues la antorcha no era suficiente para iluminar todo aquel lugar. El siguiente descubrimiento era una celda abierta que mantenía un prisionero...
Los Aguilar se sorprendieron al hallar un armadura de caballero, su muñeca estaba encadenada a la pared, mientras que su otra mano permanecía libre sujetando una pluma antigua sobre una hoja. Al aproximarse, vieron que dentro de la armadura había un esqueleto humano. Al agitar la cadena del grilleto, reconocieron ese sonido como el mismo que se escuchaba noche tras noche. Todo este tiempo el cadáver era el que producía ese ruido, pero ¿y los gemidos? Conjeturaron que quizás las corrientes de aire provocaban el resto.
Don Pedro cogió el documento que tenía la armadura y lo trasladó al estudio. Se dedicó a leer, una parte de texto era en realidad un diario escrito ¡hacía dos siglos! Correspondía a un noble llamado Don Julián de la Rosa. El caballero había servido en la conquista de América a lado de Don Mariano Aguilar, ¡ancestro de Don Pedro, el primero en llegar al continente! Don Pedro se sumergió en la lectura y había descubierto que aquel cadáver de la oscura galería fue un soldado que peleó junto con su ancestro, pero que había sido traicionado por su mismo compañero después de haberse apoderado de varias joyas durante la conquista. Don Mariano nunca había participado honrosamente en las guerras, en cambio Julián, sí. Tras enterarse del hurto y saber que la mansión fue construida en base a una masacre y apoderamiento de joyas, Don Julián de la Rosa fue apresado y obligado a escribir que Don Mariano Aguilar había participado honrosamente en las guerras anteriores. Quería quedar como un héroe, subrogando los viles actos de cobardía en actos heroícos.
Mantuvo apresado al joven soldado en aquella celda y emparedó el único acceso, sin saber que la víctima escribió un diario donde redactaba todos los sucesos, revelando el crimen de Don Mariano. Don Pedro comprendió que las muertes anteriores de sus familiares tenían como explicación que quizás Julián de la Rosa había regresado del Más Allá para vengarse de cada generación, como una forma de pagar el crimen de su ancestro. Pensó que el ruido de la cadena era en realidad producido por el cadáver. De repente rechazó todo esto, sólo eran maquinaciones de él a consecuencia de la imaginación desbordada de su hija Laura, quien aún insistía que los restos óseos encontrados en la celda era la afirmación de la advertencia del cofre.
Pronto pagaría caro su esceptismo, cuando al anochecer unos gritos alertaron a los hijos, esta vez no fueron de Laura, sino de Don Pedro. Al acudir lo más pronto, había sido demasiado tarde. Su padre yacía sin vida en el suelo. Su rostro manifestaba una expresión de agonía y horror, sus ojos indicaban que murió siendo testigo de la peor pesadilla. Lo más aterrador era que la armadura estaba ahí en la habitación, aun lado del cadáver de Don Pedro.
De esta manera, el fantasma de Julián de la Rosa se había vengado de otro descendiente de los Aguilar. A pesar de que en la actualidad la enorme mansión dejó de existir para ser sustituida por enormes edificios contemporáneos, aún prevalece el apellido familiar. Nadie sabe la maldición de los Aguilar persista.
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